El día que nunca llego


- ¿Quien es esa mujer? - le digo a Rocío señalando a una mujer vestida de verde pistacho que se toma una ginebra a las diez de la mañana, y mira con cierta desesperación hacía la entrada de la cafetería. Me quedo con los ojos clavados en su pequeña espalda y siento, que mi mirada es tan fuerte, que le puedo hacer daño de lo débil que me parece la mujer.

- Es Teresa. Es una cliente muy fiel del establecimiento - me dice abriendo el lavavajillas. Me pasa la pila de platos blancos limpios y yo comienzo a secarlos, uno a uno, y a organizarlos en los armarios que tenemos detrás de la barra plateada.

- ¿Por que tiene esa mirada?, ¿le ocurre algo a la señora? - la miro con preocupación. Me parece que esta llorando.

- Es una larga historia. Hace seis años Teresa conoció a un hombre en esa misma mesa. Un hombre que la dejo completamente prendada. Sonia, la pitonisa que tiene su puesto en el parque Alegre, le predijo que iba a conocer al hombre de sus sueños en la cafetería "Villa Rica", justo con la primera nevada del año.
 
- ¿Cual parque? - le digo con cara de desorientación. Jamás reconozco los sitios que me cuentan, aunque haya estado en ellos.

- Ya sabes cual... el de tan mala reputación. Donde encuentras a la mitad de maridos de las mujeres de este pueblo - me dice con una cara de desaprobación – Eso a mi jamás me pasará – me dice confiada.

- ¡Ah!. Vale, vale... perdona, sigue - le digo sin saber de cual me habla aún. Termino de ordenar todos los platos y pongo a limpiar ahora las tazas. Ella ha comenzado a cortar jamón serrano y esta preparando los bocadillos de los almuerzos. 

- Vale. Pues cuando calló esa primera nevada, que fue asombrosa, pues nunca había caído tanta cantidad en tan poco tiempo, y no estábamos preparados para ello... acabaron cortándose casi todas las calles y fue imposible abrir la mayoría de comercios de la zona. Pero yo estaba aquí. Ya sabes, llueva, truene o nieve, siempre abro y, ese día le pude dar cobijo a todos aquellos que les había pillado esa furiosa nieve. Bueno... ¿por donde iba?.

- Por que esa señora - le digo señalándola - tenía que venir justo aquí cuando cayera la primera nevada - me mira con mala cara. Odia que le corten cuando habla, incluso cuando se pierde en sus historias, que le pasa muy a menudo, y te mira como pidiéndote ayuda o te pregunta directamente. 

- Si - dice refunfuñando entre dientes - pues Teresa vino corriendo hasta la cafetería, se había puesto sus mejores ropas y se había maquillado como una famosa del cine, estaba guapísima, si la hubieras visto, brillaba hermosa. Y vino tan alterada a contarme lo que le había predicho la pitonisa hacía un par de semanas, que acabo despeinándose toda entera. Sonia le dijo que conocería al hombre que compartiría el resto de su vida junto a ella, él que le daría los hijos que ella tanto deseaba, aunque parecía imposible, pues Teresa había sufrido hacía años dos abortos, y junto al que envejecería y sería feliz. Ella se sentó nerviosa, se bebió un vaso de agua y espero y espero durante horas. La nieve cada vez caía más fuerte y parecía que no tenía ningún fin. Entraron los habituales a la cafetería. Y Teresa comenzó a sentirse estafada hasta que de repente entro un forastero en la cafetería. Un hombre de unos cuarenta años, con el pelo corto y castaño. Unas primeras canas comenzaban a aflorar en su pelo, pero salvo por eso, se mantenía con una apariencia muy jovial. Tenía una barba rasa y oscura. Vestía normal, con vaqueros y un buen abrigo. Se dirigió a la barra y habló conmigo, me dijo que se le había averiado el coche, justo unos kilómetros atrás y que necesitaba hacer una llamada. Después de hablar unos minutos por teléfono se pidió una buena comida y la devoró en silencio. Luego le serví el café y se levantó de la barra, dirigiéndose directamente a la mesa de Teresa. Te lo digo yo, parecía como si una fuerza superior los hubiera predestinado a estar juntos y él fue como una abeja a una bonita flor. Oí la conversación con mínimo detalle. Él se sentó frente a ella y se presentó, su nombre era Steve, era americano, y le dijo que no le gustaba tomar el café solo y si no le importaba que se sentará junto a ella. Ella acepto feliz y su cara se iluminó por completo. Se dio cuenta al instante que ese era el hombre, en especial, su hombre. Hablaron poco, pues su nivel de castellano era muy básico, pero consiguió robarle el corazón con simples palabras. Cuando dejo de nevar él se marcho, se despidió de ella con un suave beso en la mejilla y una encantadora sonrisa y le dijo donde pasaría la noche. Justo en la pensión de Roberta, la que estaba enfrente de mí cafetería. Teresa vino corriendo a hablar conmigo, no sabía que hacer y yo fui toda orejas y la ayude, como buena amiga. Al final ella se armo de valor y fue a verlo a la pensión. Pero se ve que cuando llego él ya se había marchado. Una mujer había venido a por él, según Roberta era su esposa quien lo había recogido. Se dijeron muchas cosas sobre lo ocurrido pero nunca se volvió a saber de él. Ya han pasado seis años desde que se conocieron y Teresa sigue sentándose en esa mesa a esperar a que regrese con ella.

- ¡Dios mío es horrible!. ¿Por que nadie le dice la verdad y que haga su vida la pobre señora?. No existen probabilidades de que vuelva a este pueblo perdido ese hombre.

- Tú que sabes chiquilla. Como tú viniste hasta aquí él también puede venir. No le robes la ilusión de vivir a Teresa y no la molestes - me dice regañándome. Vieja harpía, a ti te viene de maravilla que venga a beber todos los días a tú estúpida cafetería. Molesta me quedó en la barra, sin hacer nada. Justo Teresa levanta la mano y me llama. Me acerco hasta ella sintiéndome culpable, por saber que estábamos hablando de ella tras sus espaldas.

- Bueno días, ¿que desea? - le pregunto con una voz triste.

- Quería otra copa. Y dile a tú jefa que no gorronee con la ginebra, que ya llevo dos copas y sabían demasiado a agua.

- Claro. Yo misma se la preparó - le digo recogiendo su vaso vacío. De repente, me agarra con fuerza y me clava la mirada fría.

- Oye, tú eres nueva por aquí, ¿verdad?.

- Si, llevo dos semanas trabajando en la cafetería y un mes viviendo en el pueblo - le digo intentando soltarme del nudo que ha formado con sus manos y mi muñeca.

- ¿Y conoces a Steve? - me mira con lágrimas en los ojos. Parece que nieve en su mirada.

- No, lo siento – le digo bajando la cabeza.

- Sabes, pronto volverá. Debe de estar en un viaje de negocios o algo. Pero pronto regresará - me mira como suplicándole que le mienta, que le siga esa enorme farsa.

- Tienes razón Teresa. Algún día llegará. Seguro que pronto - siento como vomito esas mentiras con un dolor que me desgarra viva. Teresa me sonríe y de golpe se queda mirando la puerta de la cafetería, sin perder ni un solo detalle de lo que podría llegar o jamás lo hará.

Comentarios

  1. Hola!
    Que historia tan triste, pobre mujer, estar tanto tiempo engañada pensando que ese tal Steve es su hombre ideal.

    Veo que has aprovechado para subir algo también en el otro blog, así que ahora mismo me paso por allí.

    En cuanto a mi entrada, ya era hora que subiera algo ¿a que sí? jaja me ha costado un mes encontrar la inspiración pero ahora he encontrado el tema perfecto para poder desahogarme.

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  2. Hiiii
    Estoy de acuerdo, es una historia muy triste, pobre mujer, aunque también me parece un poco patética la pobre, siempre esperando por un hombre que nunca va a aparecer de nuevo, pero bueno cada uno es libre de vivir su vida como mejor le plazca.
    A un así me ha gustado la historia, me gustan cuando tienen toques tristes :)
    Buen trabajo.

    PD. Esta vez no he tardado tanto eh??

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  3. Otra cosa, me gusta el titulo :)

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  4. Mira, mira te comento!

    Bueno, la mujer da pena (compasiva) las primeras dos líneas, las otras ya de pena (pero de la mala) y me ha recordado a la canción de Penélope de Serrat, xD aunque el chico que parte si que vuelve al pueblo y se marcha por necesidades. Lo dicho, supersticiosa y crédula. No compassion

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