Mis polvos mágicos

Anaís tiene siete años y hoy es su cumpleaños. Es una diminuta niña alegre, de mejillas cálidas y colores vivos, llena de energía y con un corazón de oro. Vive con su padre Antonio, y su abuela materna Rocío. Su madre murió hace tres inviernos, en el día de su representación escolar, ese año tenía un papel muy importante en la obra de navidad, hacía de Rudolf, el reno de la naricita roja. Cuando apareció en escena y vio que su madre no estaba entre el público, rápidamente comprendió que ella había muerto. Saltó del escenario y abrazó a su abuela, rompiendo a llorar ambas. Los familiares y amigos que veían la representación, clamaron en una sonora ovación, por la innovadora actuación del peculiar reno de nariz colorada. Su madre fue una mujer fabulosa, y lo fue, hasta el día de su muerte. Antonio no ha conseguido superar la muerte de Lidia. Lo único que le hace querer seguir viviendo, es la inocente sonrisa de su chiquilla. Cuando ella le lanza una risita el cree flotar de gozo. Es la viva imagen de su madre.

Anaís y su padre siempre van al cementerio en el día de su cumpleaños, a dejarle tulipanes azafranados a Lidia, los favoritos de la niña. Anaís le cuenta feliz a su madre mil cosas (las tareas de la escuela, los dientes que se le han caído y los otros que ya le han crecido, los animales que ha ido adoptando (una lagartija, un gusano, un escarabajo pelotero, varias hormigas, un saltamontes, etc.), los dulces que ha echo con la abuela por navidad, los cuentos que le ha leído a su papa antes de dormir, los dibujos que a visto en la televisión, etc.) y siempre le deja una carta y un dibujo. La pequeña se prepara la lectura de la carta en casa, para leerla a la perfección ante la lápida de su madre. Su padre siempre tiene contener las lágrimas, ante las cándidas palabras de su niña.

- Querida mama, hoy es mi cumpleaños, ya cumplo ocho años. Papa dice que me estoy haciendo mayor muy rápido, pero yo no lo creo así, soy más bajita que él. Así que tan mayor no debo de ser. Además, yo no tengo arrugas y canas como la abuela.

Bueno, como es mi cumpleaños, comeremos pastel de limón y caramelo, el cual yo he ayudado a hacer, y luego abriré los regalos. Espero que papa me haya comprado algo chulo, por que si no, le dejo sin cuentos por las noches.

Este año solo tengo un deseo y es verte en mi cumpleaños. Así que soplaré las velas con tanta fuerza que haré que aparezcas sentada a mi lado y me cantes, con tú voz melosa, cumpleaños feliz.

Te quiero mama.

Anaís termina de leerle a su madre. Su padre se queda de pie, apretando el tallo de los tulipanes.

- ¿Qué tal lo he echo papa? - pregunta la niña de ojos azules.

- Mejor que nunca. A tú madre le habrá encantado - dice Antonio conteniendo las lágrimas en un suspiro afligido - Ahora vayamos a casa, que debes de tomarte tus polvos mágicos - deposita las flores brillantes sobre el túmulo marchito. Anaís sonríe y le coge la mano a su padre. Ambos caminan tranquilos por el cementerio.

Anaís tiene una enfermedad congénita en los músculos, una distrofia con déficit de merosina, desde su nacimiento. Poco a poco ha ido perdiendo movilidad en todo el cuerpo y cada vez le cuesta más caminar. Los médicos predicen una parálisis total a corto plazo y, le han recetado morfina, por los arduos dolores que padece la pequeñaja. Ella odia los hospitales y a los médicos, pues ha pasado toda su vida en consultas esterilizadas, haciéndose miles de pruebas (analíticas, biopsias, escáneres, radiografías, etc.) ella y también su difunta madre (la cual padecía la enfermedad de Lafora). Y como cada vez le costaba más medicarla (pues pensaba que las medicinas y tratamientos habían acabado con su madre), su padre se inventa historias fantasiosas para conseguir que ella se las tomara. La morfina es la única solución que tiene para conseguir que Anaís duerma, pues los dolores son tan fuertes, que la pobre solo consigue retorcerse en su cama noche tras noche.

Cuando llegan a su casa, Anaís toma su medicina, esos polvos blancos que su padre le ha dicho que le dotaran del poder que ella más ansíe. Anaís quiere volar como un ave y transformarse en un colibrí, para poder mover sus alas rápidamente, batiendo el aire. Antonio también toma morfina, pero para aliviar el dolor que siente en el corazón. Le ha dicho a Anaís que el también será un pájaro y que juntos, cruzaran el mundo por el cielo.

Después de tomar la cena, llega la hora del delicioso pastel. A Anaís se le ilumina la cara, al ver las llamas brillantes, de las numerosas velitas que decoran su tarta. Cierra los ojos con fuerza, concentrándose en su deseo y sopla las velas con ahínco. Abre los ojos, y ante ella, solo esta su padre y su abuela.

- ¿Donde está mama? - le pregunta a ambos desconcertada.

- Mama esta en el cielo - dice su abuela con tristeza - y te esta viendo desde allí ahora - dice con media sonrisa. Rocío sirve una porción de pastel a cada uno y comienzan a comer. Anaís esconde su mirada en las velas apagadas, sintiendo que ella también desparece, como el humo grisáceo.

Antonio le saca la sonrisa, que tanto ama, a su alegre niña, con chistes y fábulas ingeniosas. Más tarde le da su regalo. Le ha comprado un gatito, de piel suave y negra. Parece una pantera salvaje, con una lengua rosa muy áspera y en su cuello, le ha puesto un cascabel añil eléctrico, que pertenecía a Lidia. Cuando su padre le ha dado a Anaís su regalo, ella se ha emocionado tanto, que todo lo que llevaba en las manos (pinturas, folios, cartulinas de colores, purpurina, cola, etc.) se le caído al suelo, formándose un collage involuntario. La niña ha comenzado a gritar conmovida y ha abrazado, como ha podido, al blandito minino. Durante varias horas ha estado jugando con el felino, que se le acurrucaba, mimoso, encima de ella.

Antonio acuesta a Anaís en la cama y encima a su nueva pantera color azabache. Esta selecciona una lectura para su padre. Escoge un libro de poemas de su madre. Su padre se queda embobado viéndole leer.

- Cariño, es hora de irse a dormir – dice Antonio cogiéndole el libro y dejándolo en su escritorio.

- No tengo sueño papa – le dice con extremada dulzura Anaís.

- ¿Te duele algo mi vida? – dice preocupado Antonio.

- No. Solo es que no dejo de pensar en mama y en que no ha aparecido cuando sople las velas – dice sollozando la niña.

- No te preocupes Anaís… cuando seas un colibrí podrás ir a buscarla al cielo – le dice su padre con ternura.

Anaís sonríe y cierra los ojos. Se queda dormida enseguida, agotada por el día tan largo.

Hoy es el cumpleaños de Anaís y, al fin, se ha convertido en un colibrí, libre, que vuela muy alto y lejos, hasta rozar las nubes.

Comentarios

  1. Guten Morgen Esther ^^
    WOW
    Me ha gustado mucho tu historia, nol le falta de nada. Este título daba, para muchas historias a mi se mehan ocurrido cientos, pero nunca me vino a la cabeza algo parecido a la tuya.
    sobre mi historia, lo sé, me dí cuenta ayer cuando la estaba terminando y esque siempre me pasa igual, la empiezo en el tren cuando estoy inspirada y la tengo que dejar a medias y entonces me cuesta inspirarme y terminarla a si que la termino siempre con pocas ganas pero bueno...
    besitos :)
    pd: al final vas a ir a moromaclet de lo que me dijiste no?^^

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  2. heeeey!! que ha pasado?? yo escribi mi comentario ayer nada mas me lo enviaste, pero no esta!! porq?? tch q faena ¬¬

    bueno te lo vuelvo a escribir aunque ya no es lo mismo pero bueno...

    me dejaste sin palabras, es una historia muy tierna y muy triste
    me ha gustado mucho mucho, casi me pongo a llorar y todo jejeje
    y has introducido lo de lo polvos magicos de una forma original,
    enhorabuena te ha quedado muy bien
    y eso es todo ya luego lo hablamos si eso
    hasta la proxima

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  3. Holaa

    Otra vez una historia triste, tienes que hacer alguna divertida y alegre. De todas formas está muy bien, cada historia es mejor que la anterior.

    Te quierooooooooooo
    PD: dame un poquito más de tiempo, que tengo que estudiar para el exámen del viernes :D

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  4. Hola, ¿Cómo te va la uni?
    Que historia más triste, pero original y conmovedora. ¿La niña muere al final verdad?

    En contestación a tu comentario, en lo referente a mi entrada de los elefantes decirte que curioseando por internet me enteré de que los elefantes realmente no tienen miedo a los ratones simplemente se alteran porque como su vista es muy mala, pues no pueden ver lo que tienen delante, se ponen nerviosos al ver algo tan pequeño que no reconocen.
    En cuanto a tu pregunta de las prácticas, me hacen hacer varias cosas, aunque la primera semana no tuve mucho que hacer porque mi tutora estaba ocupada con otros asuntos así que no podía estar mucho tiempo conmigo,pero bueno ahora empiezo con los programas de contabilidad jeje.

    Bueno, a ver si saco tiempo para escribir la próxima entrada que tengo en mente, un beso muy grande.

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