Musarañas

Teresa sale del trabajo todos los días a las 20.00. Tiene su propia librería. Hoy es su cumpleaños, cumple veintiséis años. Vive en Barcelona, cerca del parque de la Ciutadella, en un pequeño, pero acogedor piso, con Fausto, su marido, desde hace tres años.

Fausto es un hombre ejemplar. Parece poseer todas las cualidades que uno puede desear y envidiar de los demás. Es atractivo, generoso, amable, detallista, innovador, cariñoso, romántico, gracioso, y muy elocuente. Se le da bien hacer, casi cualquier cosa, desde cocinar orgásmicos manjares, para todos los paladares, hasta crear sus propios muebles. Trabaja como fotógrafo de paisajes naturales, aunque su especialidad son los retratos.

Teresa es fantástica y maravillosa. Es una mujer preciosa, apasionada, tremendamente inteligente, y llena de energía. Le encanta vivir, y demuestra esa felicidad, contagiosa, constantemente vaya donde vaya.

Son las 20:05. Teresa coge un taxi para ir hasta casa. Normalmente no coge ninguno, pero tiene prisa, pues Fausto le debe de tener preparada una sorpresa por su cumpleaños. Sube al taxi y le indica la dirección de su casa al taxista. Este es un chico muy joven, parece menor que ella. Sus ojos son celestes y posee una mirada penetrante. Su pelo, recogido en una despeinada coleta, se muestra bastante graso. Su cara está repleta de acne, y tiene unas cejas profundas y oscuras, con una mata de pelo exagerada. Sin embargo, le gusta su cuello, delgado y largo, y su forma de girar la cabeza para mirar los semáforos.

Teresa cierra los ojos y piensa en las sorpresas con las que le va brindar Fausto esa noche. Se imagina entrar en casa y este recibirle con un beso apasionado, que haga que le tiemblen las rodillas como un flan. Luego le vendará los ojos, y le conducirá lentamente, hasta el dormitorio. Donde le hará el amor, primero lentamente, cubriendo su cuerpo de delicados besos y caricias, y después, cuando la excitación llegue al máximo, se convertirá en un juego de placeres, donde sus propias carnes arderán. Se retorcerán en el lecho, succionarán sus sexos, lamerán sus jugos, golpearán sus cuerpos con vigor, y gozarán como dementes en celo. Después, para recuperar las fuerzas, cenaran diferentes creaciones de Fausto, donde los sabores organizaran un festín de lo más sabroso, y por último, pasearan por la playa, beberán vino y se bañaran en las aguas oscuras de la noche de Barcelona. Las risas no cesaran en la noche, al igual que los besos, caricias y abrazos. Verán el amanecer tumbados en la fría arena, abrazándose en todo momento, y disfrutando de esos momentos que te da la vida.

El taxista no aparta la mirada en ningún momento de Teresa. Aunque sus ojos no se cruzan en ningún momento, siente el peso de su mirada lasciva sobre ella. Ella sigue con sus ojos cerrados en todo momento, con una amplia sonrisa en sus labios, embaucada por sus pensamientos. Este comienza a masturbarse mientras la mira, sin dejar de conducir en ningún momento. Va haciendo eses con el coche. Ella oye, los jadeos silenciados, del excitado taxista, y después, solo puede oír sus gritos desgarradores, antes de colisionar con una vieja joyería, justo cuando ella abre sus ojos. El taxi colisiona, por la evidente imprudencia del taxista, que al eyacular, se salta un semáforo, atropellando casi a un ciclista. El auto queda destrozado, el taxista se rompe un brazo y Teresa pierde el conocimiento. Se ha hecho una fisura en los pulmones, llenándolos de sangre poco a poco. Todo sucede en un segundo, pero parece eterno.


- Teresa siento llegar tarde – dice Fausto al entrar en casa, con un hermoso ramo de rosas rojas y una bolsa en la que lleva una botella de vino tinto maduro – ¿A que no sabes lo que me ha pasado al salir del trabajo?. Casi un taxista me atropella. ¡El muy cabrón!. Hoy en día, el carnet lo tiene cualquiera, ¿eh? – dice indignado - Por suerte lo esquive y aquí estoy en casa. Si no, imagínate pasar tú cumpleaños en urgencias jajaja – ríe y entra en el comedor mostrando el esplendoroso ramo de rosas - ¿Teresa?, ¿estás en casa?.

Nadie contesta. Mira por todas las habitaciones, pero ella no está. La llama al móvil, pero lo tiene apagado. Se dirige extrañado al contestador del comedor, para ver si tiene alguna llamada de ella. Hay un mensaje, la luz roja del contestador parpadea intermitente. Le da al botón de play y escucha el mensaje “Buenas noches. Le llamo desde el Hospital Del Mar. Su mujer, Teresa Díaz, ha sufrido un accidente de coche está tarde. Es importante que venga cuanto antes al hospital. Pregunte en recepción por la Dra. Ramos”. Fausto sale corriendo de su casa, dejando la puerta abierta y al contestador, en modo de repetición. Las rosas están destrozadas sobre las baldosas blancas y negras del salón.

Teresa muere unos minutos antes de que Fausto llegue al hospital. Fausto solo puede reconocer su cadáver en el depósito. Le dejan unos minutos a solas con ella, para que se pueda despedir de alguna manera. El rompe a llorar sobre su joven mujer. Es el momento más angustioso de su vida.

Esa misma noche, Fausto coge su bicicleta y da un largo paseo por la playa. El silencio reina en la noche y es quebrado por el continuo repiqueteo de los pedales, de su vieja bicicleta roja. Comienza a acelerar, sobre el desierto paseo marítimo. Delante de él, hay unas cuantas ramas secas amontonadas, sigue recto, sin esquivarlas, y grita como un loco en pena. Su bicicleta se golpea contra las ramas y cae al suelo, partiéndolas todas con su espalda.

Se queda tumbado en el suelo por unos momentos, intentando recuperar la calma. Su pecho se eleva vaporoso, por su agitada respiración. Al cabo de unos minutos se levanta, dejando su bicicleta en medio del paseo, y camina hasta llegar a la arena de la playa. Se sienta en la orilla, dejando que el frío viento azote su cuerpo. Mira su reloj, al cual se le partido el cristal. Marca las 2:30 de la noche. Se sienta, abrazando sus rodillas, y dejando caer su cabeza sobre las mismas. Hundiéndose en los recuerdos. Lágrimas heladas recorren sus mejillas.

Habían musarañas cerca del lago donde le pidió matrimonio a Teresa. Recuerda como eran de molestas las polillas, que zumbaban a su alrededor, sin dejarles respirar. Corrieron al lago para esquivarlas. La beso bajo la luna creciente, hermosa y poderosa, en el primaveral atardecer. Se reflejaba su silueta, como una espada, en el agua helada. Hicieron el amor durante horas, bajo la sombra de un majestuoso roble.

Fausto, colérico, golpea la arena, con los puños cerrados. Se estira del pelo, se abofetea y se muerde las manos, dejando sus dientes grabados, como con fuego, en sus muñecas. Furioso, corre hacía el agua, y se zambulle, en el agitado mar. Solo quiere ahogarse, y no volver a despertar.


Su vida pasa muy lenta sin Teresa. Hay días en los que la desesperación le mata y no le deja respirar, sin conseguir, levantarse de la maldita cama.

Pasa un año de su muerte. Teresa cumpliría veintisiete años. Fausto llega a casa, como un alma en pena, y allí está ella. Rompe a llorar al verla, sentada en el sofá, leyendo un libro de poesía que él le regalo hace años.

- ¡Teresa! – dice ahogándose en sus sollozos – Cariño, ¿estás viva? – grita incrédulo ante lo que ven sus ojos. Se abalanza para abrazarla. Siente que está en un sueño.

- ¿Por que no lo iba a estar Fausto?. Mira que dices tonterías a veces cariño. ¿Hoy es mi cumpleaños, ¿recuerdas?.

- Claro. Jamás podría olvidarlo – dice Fausto con una feliz sonrisa en su boca.

- Venga Fausto, te tengo preparada una sorpresa. Ya se que es mi cumpleaños… pero últimamente andas muy estresado, y se que esto te relajará.

Suena el teléfono. Fausto sigue creyendo que está sumido en un extraño sueño. Que ese milagro no puede ser real. No oye el continuo sonido del teléfono, y solo la mira asombrado, acariciando sus manos. Se oye el mensaje de su hermano en el contestador “Fausto, soy yo, Carlos. ¿Cómo estás?. Bueno, ya se que hoy es un día duro para ti, y que seguro que no paras de recordar a Teresa, por que ya ha pasado un año… y nada, tio… solo quería ver como estás y que si quieres pasar la noche conmigo, Julia y los críos, estás invitado… Venga hermano, que se que estás en casa, coge el teléfono. Nos tienes muy preocupados a todos .Por favor, cuando oigas este mensaje llámeme. Te quiero mucho Fausto”. El rostro de Fausto se descompone en mil pedazos, al oír las reales palabras de su hermano. No puede ser cierto, Teresa no está muerta, estaba frente a él antes de sonar el teléfono.

- ¡TERESA!, ¡TERESAAA! ¿Dónde estás? – grita Fausto asustado, al pensar que la ha vuelto a perder.

- Aquí amor. En el baño. No te he dicho que te tengo guardada una sorpresa - dice mientras asoma su cabeza por el marco de la puerta, lanzándole un beso - ¿Quién era Fausto? – pregunta.

- Nadie – dice este – Se habían equivocado – secándose las lágrimas,

Fausto se desnuda y entra en la bañera junto a Teresa. Hay champagne enfriándose en la cubitera, bombones, velas e incienso. Le ha preparado un relajante baño espumoso.


Fausto no quiere despertar de su imaginaria realidad. Prefiere vivir la dulce mentira, que la amarga realidad. La verdadera imagen a la que está inmerso es a la soledad, como un marinero, navegando en el salvaje mar.

Comentarios

  1. jooo tia es muy....cruel, amrgo, triste...
    mira q te van esas cosas eh?? me pregunto cuando aras una historia alegre jejeje
    pero la verdad esq esta muy bien relatado y con muxos detalles jejeje
    y me e fijado en las musarañas en el lago jejeje
    pos nada asta la proxima historia

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