Ensoñación (anti)capitalista

Habían roto el código, habían conseguido terminar con el ciclo de propaganda capitalista que nublaba los sueños. Tenían que celebrarlo. Sacaron el vino y brindaron por un nuevo comienzo, por una victoria sin precedentes. Habían conseguido un gran avance para la resistencia después de más de 25 años trabajando en secreto para desestabilizar el sistema. Querían zanjar el lavado de cerebro con el que el estado había estado infectando a la población para controlar el consumo, convirtiendo a la gente en zombis que no pensaban, que no paraban de comprar sin importarles nada.

Cuando eran pequeñas y pensaban en el futuro, otra imagen del progreso les aparecía en la mente. Coches voladores, robots y máquinas complaciendo las necesidades humanas. Nunca pensaron en que el gobierno usaría la tecnología para el control mental de la población. Lo vendieron como una cura, como una herramienta para acabar con la pobreza —¡cómo nos lo pudimos creer!— para reformar la educación —¡qué ingenuos todos!— para acabar con el calentamiento global —¡cómo pudimos ser tan gilipollas!

Lo que buscaban era controlarnos a todos más que antes, pero no con la estrategia del miedo y la represión, sino con falacias mezcladas de una dosis continua de drogas. Con ese cóctel que nos inyectaban podían controlar las decisiones de compra e inversión y, en un mundo donde todos teníamos de todo, era necesario para seguir inflando una economía podrida. El fármaco actuaba de noche, mientras dormíamos, llenando nuestras cabezas de publicidad. Luego, te daban un día para salir a la calle y gastarte lo que el régimen creyera oportuno. Si no comprabas lo que te obligaban, estabas muerto.

Y ahí estaban ellas, dos mujeres que habían conseguido lo nunca imaginado. Habían pasado discretamente frente al estado represor, investigando día y noche con sus propios cuerpos, consiguiendo lo necesario para concluir con esa herramienta que aturdía el juicio y nos hacía cada día menos libres. Sabían que tenían que celebrarlo, pero el problema es que estaban de nuevo soñando. Mientras, el gobierno se hacía más fuerte pensando en su nueva creación: pagar por los sueños como nueva forma de impulsar la economía. El lema estaba claro: “Todo en la vida tiene un precio”, el descanso no iba a ser menos.

 


Relato que podéis encontrar en el segundo número del fanzine Feres. Consigue tu número a través de Instagram a molotov.ed o por e-mail a molotoveditorial@gmail.com.

Comentarios

  1. Me gustó este texto cuando lo leí, así que te comento por aquí ya que en físico no hay oportunidad para dejar un comentario :P Aparte de que fuiste la única a la que se le iluminó la bombilla e hizo un texto distópico, que el referente lo pedía y ninguna lo hicimos (mea culpa xD), hay una cosa que me gusta mucho y es el giro final en el que las protagonistas están soñando que derrocan el sistema. Me parece una buena referencia de algo que pasa en la vida real, en la que el sistema de consumo se apropia de la estética, los eslóganes y las narrativas disidentes al propio sistema convirtiéndolas en un bien más de consumo, y así desactivándolas. La gente se queda tranquila pensando que ha hecho algo en su contra, y lo que ha hecho es seguir alimentándolo, igual que estas chicas, a las que el sistema distópico de tu texto les hace soñar que lo han derrocado para que se queden tranquilas pero sin embargo siguen controlándolas.
    Muy bueno! Nos leemos en el próximo Feres :D

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