El maltrato del diferente

Pensaba que jamás se podría ver en una situación como esa, apresado en una jaula más pequeña que su propio cuerpo. Acosado día y noche, por la mirada de su verdugo, por sus mezquinas palabras, por su tortura de sonrisas malévolas. Se encontraba ahí por ser considerado diferente, por su color de piel, su tacto, su forma, su lengua, su forma de expresarse… se le apresó sin previo aviso, cortando su merecida libertad, y se le lanzó a esa zanja de barro.
Se pasa el día llorando lágrimas secas, repleto de rabia. Se pasa el día bramando gritos secos, lamentos dolorosos.
Y cuando aparece él, tiembla. No sabe cual será su castigo. Se escudriña al final de la jaula y solloza perdido. Y él le golpea, le insulta… siempre le insulta.
Ahora le ceban sin parar, solo le dan de comer una y otra vez. Tiene miedo, comienza a creer que se lo quieren comer. ¿Y si ese es el motivo de su captura? ¿Sus raptores son caníbales? Cada vez que engulle esa bazofia se encuentro mal, pero no puede parar. Come compulsivamente, metiendo su boca en esa mezcla asquerosa, revolviéndose en ese festín angustioso.
Ya no está solo, lo han sacado de esa jaula enana y lo han apilado junto a otrxs como él. Se acurrucan entre ellxs, quedándose dormidxs del cansancio. Piensan en escaparse, pero no saben como hacerlo. Tienen miedo a las represalias, ¿y si su raptor acaba con ellxs de una vez por todas?. Algunxs fantasean con la idea de la muerte, piensan que es lo mejor que les podría pasar. Están hartxs de tener miedo.
Cree que se va a volver loco en esa jaula. Todo huele a muerte, y algunxs de sus compañerxs no lo han conseguido. Es espantoso. Angustia vital.
No lo puede creer, lo han sacado de la jaula, se lo llevan de allí, ¿pero a dónde? Le duele todo, siente su piel sucia, sus pestañas pegadas. Los golpes continuos de su raptor, hacen que su caminar sea más rápido, pero no deja de tropezarse, cayendo de vez en cuando. Llora al ver a la habitación donde lo han llevado. Ve cadáveres rodeándole, trozos de sus compañeros colgados de las paredes, como si de trofeos se tratasen. Su rostro languidece, al ver el cuchillo que se le acerca. Una hoja afilada de metal limpio corta su cuello y ve chorrear la sangre de su vida en el suelo. Su grito es cesado. Su muerte ha llegado.

- ¡Hoy cenamos cerdo! – gritó el ganadero arrastrando al cerdo hasta la mesa.

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