Nube de algodón

Cuando estoy en la pelea no pienso, actúo. Un brazo prosigue al otro, con ritmo, fuerza, pasión. Mis piernas se mueven, dando pequeños brincos, confundiendo al adversario. Golpeo tajante, notando como mis puños rompen la atmósfera de caos que nos rodea. Los gritos del público callejero, los abucheos, la euforia de ver correr la sangre. Violencia, golpe tras golpe. Aquí solo existe una regla: nada de armas, solo, cuerpo contra cuerpo.

Pero esta vez es distinto. Pienso, y eso no me viene nada bien en la pelea. Me siento inestable, alterado, incluso yo diría que perdido. Me he hecho un tirito de una espesa coca que parecía una nube de algodón, como un algodón de azúcar de esos que me zampaba en la feria con mi madre cuando era pequeño. Días como esos me rompen el corazón. Echo tanto de menos a mi vieja. Esa mujer bajita de ojos fuertes que siempre me animaba con todo lo que me proponía, y yo ni caso. ¡Que te den baca burra! le soltaba… dando un portazo echo una furia. ¿Y porqué? Ni yo lo sabía. Solo sentía rabia, dolor, angustia y pena, sobretodo pena, una pena que carcomía mi mente, una pena tan profunda que no podía respirar, sintiendo que me ahogaba, día tras día, noche tras noche... Y mi madre ahí, como una campeona, ayudándome, dándome pelas, abrazándome, queriéndome como nadie me ha querido… y yo como un cerdo, comportándome como un jodido animal, siempre insultándola, golpeándola... incluso la odie, la odie tanto que sentía hervir mi sangre cuando me decía que estaba orgullosa de mí. ¡Nadie podía estar orgulloso de mí!. Y ese día, el último día de feria… yo tenía quince años, ¡y me avergonzaba tanto salir con mis padres!. Yo ya era un chaval, tenía cierta reputación en el barrio. Un macarra, eso era antes y eso soy ahora. Y nada, la pava de mi madre me trae un algodón de azúcar, esponjoso, rosado y enorme. De esos que mirabas con ilusión cuando eras un microbio y ya, cuando tienes pelos en los sobacos y erecciones cada cinco minutos, te repugna, te recuerda al niño de mamá que fuiste, y en ese momento ya no. Y no por qué mi madre no lo siguiera intentando, si no porqué yo lo rechazaba al momento. Buah, recuerdo como se le iluminaron los ojos al dármelo. Pasándome esa nube infantil con cariño, delicadeza y mucho amor. Y yo, tonto de mí, para hacerme el jodido chulo, lo tiré, lo tiré al suelo, y para más recochineo lo chafé, salté sobre él, lo hice briznas y me jarté de ella, por última vez. Ella rompió a llorar y salió corriendo. Y luego recuerdo como escuche el golpe, los gritos, el color rojo. Solo rojo. Una espesa niebla. Taquicardia, ansiedad, mareos, tembleque… Y después muerte, lágrimas y sangre, mucha sangre. Ese puto carro la atropelló, vomitándome encima su cadáver. Y ella me miraba, con esos ojos brillantes, esos ojos penetrantes, esos ojos… ¡Ostia puta! ¡Estoy alucinando!… ese tirito en lugar de darme fuerza me ha dejado destrozado. Recibo un golpe que me devuelve a la realidad. ¡Mecagüenlaputajodidadelamadrequemeparió! Lloro sin lágrimas, pero siento como un torrente de agua invade mis pulmones. Me ahogo. Otro golpe me destroza.

Me he quedado medio sordo del leñazo que me han metido. Grito, pero no me escucho. Veo caras conocidas, gente que apuesta por mí. Se embolsan una pasta cada vez que gano. Más fajos de billetes con restos de speed en sus boyantes bolsillos de Armani. Me abalanzó como una hiena sobre el chaval contra el que peleo. Un tipo duro, pero a mí hoy no me jode ni Dios. Me lo pienso follar. Lo tengo en el suelo, intentando deshacerse de mí, como una puta gata maricona. Le clavo los dedos en la garganta y el se pone violeta. Parece un puto pastel de moras, lleno de cráteres nauseabundos. Consigue tirarme al suelo y respira, con mucha dificultad. Yo empiezo a reírme, pero ese torrente de lágrimas sigue inundándome por dentro. Me propina un golpe en la cabeza, clavándome los nudillos en el cráneo. Caigo redondo en el suelo. Se pone sobre mí, hecho una furia. Me coge de la camiseta y me sacude como a un trapo. Mi espalda se golpea una y otra vez contra el frío asfalto. El continuo ruido de la gente me atrapa. Y no me muevo, no me defiendo. Pienso, sigo pensando. Esos ojos, esos ojos deslumbrantes… lloro.  Una lágrima tras otra me llenan la cara, mezclándose con el chorro de sangre que me sale de la nariz. El tío empieza a reírse de mí. Los que han apostado por mí me gritan, me insultan… y yo ni caso. Solo lloro, mientras el burro que tengo encima me golpea victorioso, mofándose de mí. Y yo me siento como en una nube, ligera, tranquila, suave. Me comienzan a sangrar las orejas, y ya no escucho nada. El tío se levanta y me pega un par de patadas en el estómago. Yo me encojo de dolor, pero no son los golpes los que me están matando, si no los ojos de mi madre clavados en mí, unos ojos suplicantes, unos ojos de perdón, unos ojos que me amaban y que me persiguen día tras día, noche tras noche…

Comentarios

  1. Me fascina como conviertes un titulo bonito e inocente en algo duro, triste, con violencia y drogas. De verdad que tu imaginacion es algo...
    Me ha dado mucha pena la pobre madre y bueno el tio cosecha lo que siembra asi que se lo tiene merecido.

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