Luz de madrugada

(1)

- ¿Sabés para que se utiliza la expresión francesa l'heure blue? - me dice mirándome a los ojos de forma sexy y provocativa. Siento que me devora con esos ojos turquesas manchados de vino tinto.

- No. Mis conocimientos de francés son de lo más limitados Ernesto, ya lo sabes - le digo con modestia. Estoy nerviosa. Noto mis mejillas encendidas. No tendría por que estar así, solo es una cena, una quedada informal de lo más natural. Venga, ¡madura Hortensia!.

- Andá con ese cuento a otro pibe Hortensia. Traduce. Es sencillo - me dice desafiante. Dios, ¡es jodidamente atractivo!.

- Vale, vale... puedo decirte que bleue es azul, pues es muy similar al inglés y l'heure... no tengo ni idea.

- ¿Cómo que no tenés ni idea?. Pensá, pensá - dice entre risas.

- Pufff... espera que recuerde. Esto no es fácil, ¡eh! - le digo con una mueca - Emmm... ¿puede ser herradura? - digo desconfiada. Él lo niega - Pues entonces era, de “la era azul” - vuelve a negarlo. Comienza a darle golpecitos a su reloj. Un tintineo incesante que se cuela en mi cabeza de forma danzarina - ¡Hora!, es hora, ¿a que sí? - digo orgullosa.

- Exacto. No era tan difícil, ¿verdad? - dice relamiéndose la salsa que se le había quedado pegada a la comisura de los labios. Tiene una lengua larga y muy rosada. 

- Sí... cretino - le digo burlona - Y bien, ¿cual era la pregunta?. ¡Que con tanta maldita traducción ya ni lo recuerdo! - gruño y frunzo el ceño, formándose mil arruguitas en mi frente pecosa.

- Pues que qué significá esa expresión - me dice llenándome la copa una vez más. Es la segunda que tomo, no es mucho, pero a mi el vino me atonta de forma abismal. Aún la cerveza la soporto, pero el vino... ¿porqué he pedido vino para cenar?. Le niego con la cabeza y una sonrisa suave envuelve su rostro - Bien, se acabó la tortura de las preguntas - ríe - la expresión se refiere al período del crepúsculo, es decir, donde no hay ni luz del día ni la más completa oscuridad de la noche - afirmo sonriente y pincho un trozo de lechuga y un tomate con el tenedor - ese espacio de tiempo se considerá especial, ya que la calidad de la luz en esas horas es, como decirlo, deliciosamente placentera.

- Vaya - digo dándole un sorbito al vino - ¿y a que viene eso ahora?.

- Atá cabos marinera - dice guiñándome un ojo - Se acercá la luz de la madrugada, y si vos estás tan bella ahora, ¿podré contener mis manos cuando vayan pasando las horas? - me dice sin tapujos. Me bebo el vino de un trago. Toso nerviosa.

- Capullo - le digo sonriendo - Tú y tu maldita palabrería.

(2)

Esperanza lleva sin salir de casa un año. Vive con miedo y preocupación, ya que le aterra como ha cambiado el mundo. Nunca fue una persona muy de la calle, siempre que podía huía a casa, y se sumergía en novelas fantasiosas que narraban la vida en mundos idílicos. Esperanza quería ser un personaje de una de esas novelas, quizás un hada que vuela feliz por un bosque de ensueño (pero eso no se podría dar, dado su temor a las alturas) o una sirena que nada por los mares y tuesta su cuerpo en las rocas de los puertos (tampoco eso era factible, dado su repulsión al agua del mar y a los peces). Así que su única opción era la de desaparecer. Evaporarse. ¿Dejar el trabajo?, ¿esconderse en casa a modo de búnker defensivo?, ¿vivir de sus ahorros hasta que la situación mejorara?, ¿no salir de su hogar para nada, aunque estuviera realmente enferma o alguien conocido muriera?, ¿no dejar que nadie entrará en su templo?, ¿no tener relación con nadie?, ¿cortar la línea telefónica, el cable e internet?, ¿esconderse de todo? No, protegerse de todo. Todas esas preguntas, y muchas más, se le fueron planteando a lo largo de muchos días. Días que para ella se hicieron eternos, llenos de pesadillas y espantos. Ella era consciente de que se ocultaba del mundo y de las relaciones sociales pre-establecidas en el trabajo, con la familia, en la calle… pues todo le daba miedo, asco, ansia, grima, repelús, envidia, tristeza, dolor... La lluvia humedecía su piel y eso le alteraba, al igual que el calor, que la llenaba de sudor, asqueándose de ella misma y de los/as demás. Tampoco soportaba el frío, ni el viento... odiaba los autos, las bicis... le ahuyentaban las cajeras de los supermercados, y su insistencia en que compraras la promoción del día, le enloquecían los bancos y sus cajeros automáticos que te desean que tengas un buen día, le angustiaban los edificios altos, las construcciones despampanantes y deformes, los jardines grandes, los estanques, los pozos... Además, jamás le gusto el contacto humano. No soportaba a sus hermanos, no aguantaba a sus padres, odió a cada uno de sus profesores en la secundaria, a su jefe, a sus compañeras de trabajo... Así que sí, lo hizo. Desapareció para los ojos de los demás y disfrutó en su apartamento del cine mudo en su sofá gris. 

Pero a algunas noches, por muy raro que parezca, le gusta pasar las horas mirando por la ventana, escondida en los pliegues de su gruesa cortina morada, la cual no deja ni que se filtre un tímido rayo de luz. Se dedica a espiar a la gente de la cual se refugia. Los ve cenar, pasear al perro, llevar a los niños a la escuela, las ve beber, gritar, correr, pelearse, llorar, caerse, divertirse, bailar, cantar, los ve pedir limosna, mear entre dos coches, vomitar, engañar a sus parejas, robar, las ve vendiendo su cuerpo, comprando drogas, celebrando cumpleaños, despedidas de soltera... y aunque les tema, no puede evitar no mirarlos, pues ella también es parte, aunque mínima, de ese complejo y absurdo mundo. 

(3)

- ¿Que te pareció la cena? - le pregunto mientras caminamos por las calles rebosantes de gente. Es fin de semana y todo el mundo parece estar de fiesta. 

- Esplendida - me sonríe - Pero la compañía aún mejor.

- Déjalo ya. Al final me incomodas Ernesto - le digo golpeándole suavemente un brazo. 
- Esa no es mi intención Hortensia, todo lo contrario. Además, que sepás que me reprimo más de los que pensás - me dice serio - Bueno... ¿por qué salés con ese pibe tan mayor? - me pregunta mirándome a los ojos.

- Sabía que tarde o temprano acabarías preguntándome algo de Ramón esta noche. ¿Podemos hablar de otra cosa?.

- Claro... ¿le querés? - me dice impertinente.

- Sí, lo quiero, lo amo, lo deseo, ¿contento?.

- No, la verdad es que no - dice - ¿Eres feliz con él?.

- Sí, mucho - digo no del todo convencida. Claro que soy feliz con él, pero después de cuatro años juntos la pasión ha desaparecido, la ilusión se ha perdido y la relación se tiñe de pequeñas disputas, cada vez más recurrentes.

- ¿Donde está ahora?.

- En una cena de empresa. Tiene una reunión importante el lunes y tenían que aclarar algunos asuntos.

- ¿Sabé él que saliste conmigo a cenar?.

- No.

- ¿Por qué? - me dice sonriendo pícaro. Tiene una sonrisa melosa, dulce, amplía y divertida. Me gusta su forma de sonreír  tan natural, sin preocupaciones.

- Es muy celoso y se que se subiría por las paredes si le dijera esto. Así que prefiero... 

- ¿Mentir?.

- ¡No hombre!. Omitirle la verdad.

- Muy noble de tu parte - me dice mientras me abre la puerta del local. Entramos, nos quitamos los pesados abrigos y nos pedimos dos pintas de Murphy's. Permanecemos en silencio un momento. Yo no se que decirle, pienso que ha sido un error quedar con él. Mis sentimientos están muy mezclados. Una vocecita en mi cabeza me dice que deseo pasar toda la noche junto a él, en su piso, pero otra brama disgustada diciéndome que no le puedo hacer eso a Ramón, que él me quiere y que jamás me lo perdonaría. Y yo, ¿me lo perdonaría? - ¿Por donde íbamos? - me dice.

- No empieces - le digo.

- Linda, la noche no ha hecho más que empezar.

Pasamos varias horas bebiendo cerveza, escuchando música, cantando y riendo. Lo paso en grande con Ernesto. Es inteligente, divertido, atrevido, sincero y está tremendamente bueno. Me purgo por mis pensamientos. No paro de desear que salte a mi boca, me bese y me retuerza en sus brazos, pues yo no voy a ser capaz. Yo me frenaré, por que quiero a Ramón. Yo le quiero, le quiero. Sí, sí, le quiero. Bueno, estamos bien. En la cama ahora me aburro, a veces finjo para que acabe antes. El sexo se ha vuelto repetitivo y rutinario. Pero le quiero. Ya no me gusta dormir con él, ha perdido todo lo bonito que tenía en un principio esa acción para mí. Le quiero, le quiero, le quiero. ¿Por qué he de repetírmelo tantas veces?.

- ¿En que pensás belleza? - me dice robándome la cerveza de mis manos. Se escurre rápidamente a sus dedos, como el agua corre entre las manos.

- Nada. No pienso en nada. El alcohol no me deja pensar - río.

- Ya, ya... noto cuando estás pensativa. Se te llenan los ojos de chispitas brillantes.

- ¡Que va!, es el alcohol. Hemos bebido mucho.

- A mi no tenés la necesidad de mentirme. Mirá, también se te arruga la nariz. Te vés bellísima cuando estás preocupada - pasa su brazo por mis hombros y yo dejo caer mi cabeza en su hombro. Huele tan bien. Él sigue bebiéndose mi cerveza, en grandes sorbos, y yo intento disipar mis temores inhalando su aroma - Andá bonita, que te me dormís encima - me dice agitando el hombro.

- ¿Vamos a tu piso? - le digo impulsivamente.

- ¿Estás segura? - me pregunta mirándome con los ojos abiertos como platos. No se lo puede creer que yo se lo haya propuesto antes que él a mí. 

- Sí, y no me lo preguntes más, que puedo cambiar de decisión muy rápidamente - digo levantándome de la silla.

(4)

- M ª Ángeles, ¿por que tienes un nombre tan bonito? - dice Ramón a su nueva becaria.

- A mi no me gusta mi nombre, me parece muy beato.

- ¿Y que tiene eso de malo?, ¿no eres creyente? - le pregunta preocupado mientras se llena el vaso de sangría de nuevo.

- Sí, pero igualmente no me gusta.

- A mi me encanta ese nombre y además, segura que estás harta de que te lo digan, pero, ¿eres un ángel Mª Ángeles?.

- No Ramón... soy un demonio - dice sonriéndole lascivamente.

- Ya decía yo que lo ángeles no tienen esas curvas y esas largas piernas - le dice mientras le pone la mano sobre la pantorrilla, ella no se la aparta.
- ¡Nos vamos Ramón!, ¿os venís a tomar la última copa? - le dice Agustín sonriendo. Lleva una cogorza que no se aguanta. 

- Yo no, estoy cansada - dice Mª Ángeles bostezando.

- Yo tampoco, mañana quiero madrugar para prepararme un par de cosas para la reunión del lunes.

- Como veáis, ¡pero la noche es joven! - dice entre griteríos.

- Ya me cuentas el lunes en la oficina como acaba la noche - dice Ramón.

- Chao chicos - dice Agustín reuniéndose con los demás. Como una lluvia torrencial, ruidosos y sin cuidado alguno, se marchan todos, dejando el bar medio vacío.

- ¿De verdad te vas a casa? - le pregunta Ramón con una voz empalagosa.

- Sí, estoy cansada, y como tú, mañana tengo que madrugar. Así que, ¿nos vamos? - le dice apartándole la mano de encima de su pierna.

- ¿En serio?, ¿no quieres que tomemos algo en mi casa?.

- ¿No esta tu novia en ella?.

- No, estoy solo. Salió con su hermana y no volverá hasta tarde, así que, como dice Agustín, ¡la noche es joven!.

- Sí, pero tú no - le dice tajante Mª Ángeles mientras se levanta - Hasta el lunes Ramón.

Ramón se queda perplejo, enfadado. ¿Después de toda la noche flirteando de esa manera no se la lleva a casa?. No le cabe la idea en la cabeza. Estúpida zorra, piensa. El lunes la hecho, aunque no puede. Mierda. Se bebe lo que queda de sangría, paga la cena (de todos) y sale en busca de un taxi.

(5)

- ¿Una rosa para la hermosa mujer?.

- Con lo de hermosa se quedá corto vos - le replica Ernesto al hombre que le intenta vender rosas - Damé todas las que te quedan compañero - le dice sonriente. Al hombre se le ilumina la cara,  totalmente feliz, pero tampoco le sorprende.

- No señor, no quiero rosas - le digo yo al hombre.

- Serán 26 euros - le dice impaciente a Ernesto, haciendo oídos sordos a mi continua negación.

- Tomá 30 y quedáte con el sobrante - el hombre coge el dinero rápido y me pasa las flores.
- Gracias, gracias, muchas gracias. Que pase buena noche la pareja. Sí, sí, buena noche - sonríe. 

- ¡Por Dios!, no hacía falta Ernesto - le digo quejica.

- Andá ya.... dejá que te regalé lo que quiera. Si no las querés pues te aguantás. Pensá que es mi regalo de cumpleaños, ¿vale? - me dice sonriendo. Me abraza, aplastando las rosas. Me mueve, de un lado a otro, mientras esperamos el taxi. Un continuo vaivén soporífero y risueño. Somos como dos niños que bailan acaramelados. Me olvido de Ramón, me olvido de las rosas que yacen en el suelo aplastadas y semirotas, me olvido de todo. Seguimos bailando, abrazados, hasta que para un taxi y nos subimos. 

(6)

- ¡Tú! - le grita Ramón al vendedor de rosas - ¡Ven aquí!.

- Cerveza a un euro, cerveza a un euro - le dice el hombre de las rosas.

- No quiero cerveza capullo. ¿Quien era ese tío al que le has vendido rosas?.

- Un hombre muy amable. ¿Quiere cerveza? - le vuelve a insistir - También tengo pañuelos, corbatas, calzoncillos, gafas de sol... - le dice señalándose la mochila.

- Métete la cerveza y tus demás baratijas por el culo, cabrón. Joder... ¡ese tío le ha regalado rosas a mi novia! - grita encendido.

- No, esa era su novia - le dice el hombre de las rosas.

- ¡Que no!, que esa era Hortensia.

- No, hortensias no, rosas.

- ¡Gilipollas! - grita Ramón lanzándole un puño al vendedor a la cara. Este consigue apartarse a tiempo. Le empuja y sale corriendo.

Ramón se queda en el suelo, lloriqueando. No quiere perder a su Hortensia.

(7)

Esperanza observa a Ramón. Lo ve tendido en el suelo llorando. Tiene las rosas de Hortensia en las manos. Las rompe, las golpea, las escupe. Luego llora, grita. La gente le mira con pavor. Algunos piensan que es un espectáculo y otros que es un indigente muy bien vestido.

Ramón no se puede creer que Hortensia le este engañando. ¿Cuanto tiempo llevará con ese tipejo?, ¿cada vez que le decía que se iba con su hermana se iba a con él?. Se siente traicionado. Ahora la odia. Piensa en llamarle y gritarle que es una puta. Pues lo es. ¿Cómo se atreve?. La llama, salta el buzón de voz. Grita enojadísimo. Llama de nuevo y le deja un mensaje. Primero la acusa de infiel, la insulta, la afrenta... luego le miente y le dice que él también la ha engañado con Mª Ángeles, le describe como se la ha follado día y noche, en la oficina y en su propia cama. Finalmente le pide que vuelva con él, que no le deje, que él la quiere a ella, dice que es mentira lo de Mª Ángeles, que la perdona, que no se aleje de él… y llora, llora sin consuelo en el suelo, como un trapo sucio y lleno de mocos, imaginándose a su Hortensia haciendo el amor con otro hombre.

Esperanza se ríe. Hace tiempo que no se reía tanto. La situación, a la que todo el mundo responde con reproches, comentarios, pena y tristeza, a ella le hace gracia. Y entonces piensa que quizás no tenga tanto miedo de la gente, simplemente no los comprende, no entiende sus decisiones y actuaciones. Corre la cortina, y por primera vez no se esconde, y sonriente, abre las ventanas y comienza a reírse a carcajada limpia de la colilla de hombre que gimotea en el suelo de la plaza. Sus risas resuenan vibrantes en la calle.

- Loca, ¡váyase a dormir! – le grita Ramón angustiado.

Comentarios

  1. Bueno, no hay mucho que pueda comentar de este relato, es una historia sencilla, pero me ha hecho gracia la mujer que se encierra en casa, cuando se pone a reirse en su ventana del pobre Ramón jajaja
    Y que sepas que no habría confundido el acento argentino de Ernesto con faltas de ortografía, está claro lo que es jajaja

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  2. hola!!! leído :)
    la verdad que me ha gustado cmo has enlazado y a la vez descrito tres realidades de personajes que se relacionana y se encuantran . M ha gustado el final, no sabía muy bien cómo podía acabar y lo has dejado muy abierto por la historia de Hortensia y Ernesto el argentino jajjaja con con su acento enamora! un relato muy actualm me encanta tu realismoo

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  3. Ha sido interesante y emocionante. Me ha gustado mucho, sobretodo lo rara que era Esperanza ¿esa enfermedad existirá de verdad, odiar todo lo que te rodea y todo lo que sucede al rededor?

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