La canción del sol
El solsticio de invierno cubre las calles. Hoy, el viento es fuerte y no perdona a nadie. Los ciclistas sufren en sus bicicletas, pedaleando más fuerte que nunca, sudando la gota gorda. Los coches, imprudentes, vuelan por el asfalto desnudo, que pronto se teñirá de la sangre más joven. Un gato, semiaplastado, respira con dificultad. De su boca un último alarido de dolor, un maullido agudo e incesante. Sara cubre con fuerza a la niña que tiene en sus brazos. La protege del viento, de los conductores imprudentes, de las vendedoras ambulantes, de la policía que lleva horas tras ellas y realmente, de ella misma, pues le aterran cada vez más las ideas que se le cruzan por la cabeza, una y otra vez, como voces que braman y no la dejan pensar con claridad. Pero para hablar de esto debemos volver al principio, al principio de todo, para saber por que Sara sonríe hoy, aunque vaya a perderlo todo.
Lunes, 10 de diciembre. Clase de los
caracoles.
- Pareces triste - dice entre balbuceos
una pequeña niña de piel castaña.
- Oh Rita, ¡que va!. Solo estaba
pensando - dice Sara sonriendo. La niña enseguida dibuja una sonrisa en su
rostro, totalmente confiada.
- ¿Y en que piensa profesora? - le
pregunta un niño atento, de rizos pelirrojos, que juega con un camión a
modo de avión. El niño corría por toda la clase, planeando sobre las cabezas de
sus compañeros y compañeras.
- En el invierno. No me gusta el
invierno - dice con franquedad a unos niños y niñas embadurnados
del espíritu navideño más puro y cándido. Mentes inocentes y golosas
que dibujan con rotuladores y ceras de colores grandes árboles de navidad,
adornados de purpurina plateada y amplías estrellas doradas.
- ¿Por qué? - pregunta la niña de piel
castaña. Tiene los ojos abiertos de par en par, mirándola con preocupación,
pues no puede creer las palabras de su atenta profesora - ¡Si hay nieve en
invierno! - grita la niña con énfasis, como si la nieve fuera el tesoro más
preciado, como el oro el botín de un pirata.
- ¡Es época de muñecos de nieve! - dice
otro niño enseñándole su dibujo de navidad. En el se ve a Santa Claus jugando
con un muñeco de nieve llamado Billy, señalado con una curvosa flecha hecha con
macarrones morados y verdes.
- Sí, lo se, y yo adoro la nieve...
tanto como vosotros, ¡o más! – dice Sara con una dulce sonrisa, retándoles
cariñosa.
- ¡Imposible! -
grita Gregory - Yo adoro tanto la nieve que el año pasado me hice un
helado de bolas de nieve para desayunar en el día de navidad – dice muy
orgulloso.
- Pues yo hice una cabaña de nieve junto
a mi hermana mayor Anna - dice otra niña, una de pelo color centeno y mirada
feliz, aumentada por sus grandes gafas azules marino - he hicimos un pica
pica dentro de ella – sonríe melosa.
- Y yo hice una familia de muñecos de
nieve, con su bebé y todo - dice otra niña, de nariz respingona y con la cara
muy pecosa.
La clase se convierte en una batalla de
méritos conseguidos con la nieve, y mientras ellos y ellas luchan, a gritos,
por ver quien es la que ha creado la mejor cosa con nieve Sara piensa, piensa
en Nadia, su hija, su pequeña. Esa niña de ojos rasgados y claros, piel pálida
como la blanca nieve, pelo rizado y oscuro y con unas manos pequeñitas y
sedosas. Esa chiquilla que se volvía loca cuando comenzaba a nevar, aquella que
todas las navidades subía en su trineo y gritaba contenta, totalmente radiante,
esa muchacha que lanzaba bolas de nieve, desafiante, a su padre, como una
jugadora de béisbol profesional. Esa cría que cuando hablaba
parecía una melodía solar que te llenaba totalmente de energía, tan fresca y viva.
Era su pupila, su rapaza, su pitusa. Era, y no es, era, pues dejo de ser, dejo
de existir, dejo de sonreír, de llorar, de cantarle al sol, de
saltar, de bailar, de jugar con la nieve. Dejo de respirar cuando, en un día de
invierno, una tromba de aire desestabilizo su trineo, llevándola a la
carretera, donde los feroces coches la devoraron, dejando de ella un pellejo
sin esqueleto, escupiendo a la nieve un reguero de sangre. Quedando de ella una
niña inerte, rota y sin nada de luz. Sara aguanta las lágrimas y deja a los
niños solos en clase, sin decir palabra. Las crías juegan contentas y siguen
pintando murales navideños para sus casas. Faltan un par de semanas para acabar
las clases, y la felicidad de esas francas almas desborda los pensamientos tristes
y negativos de Sara, los cuales intenta redimir desde hace tres años con
grandes cantidades de medicación.
Lunes, 17 de diciembre.
- Tu hermana estará apunto de dar a luz
ya, ¿no Sara? - le dice Mamén, su peluquera, mientras le hace unas mechas
doradas. Sara sonríe pero no habla. La peluquera sigue con
su palabrería habitual, mientras Sara canta a hurtadillas, en su
mente deformada por la pena.
Después de haber perdido a Nadia, Sara
intentó suicidarse. Primero intento matar al conductor que se llevó a su hija
por delante con el coche, pero Francisco, su marido, evito otro desastre en ese día.
Sara y Francisco tuvieron que ir a terapia y Sara comenzó a medicarse, para
poder soportar la desgracia que vivía, la imagen de su pequeña Nadia se le
aparecía de día y de noche. Una Nadia deforme, lisiada y llena de sangre. Con
su vestido rasgado, con su gorro de lana agujereado y con el trineo hecho
trizas. Un montón de espinas clavadas en su corazón. Un pequeño fantasma que
destrozaba su conciencia y perturbaba su alma. Como la medicación
no consiguió calmarla, Sara intentó quitarse la vida más de una vez,
pero Francisco se lo evito, tres veces, para ser exacta. La muerte danzaba en
esa casa, jugando con su guadaña. Yendo y viniendo, día si y día también.
Sara sueña despierta. Canta muda, esa
canción que a Nadia le arrancaba una sonrisa tras otra. Esa canción que
comenzaba con un guiño y terminaba con un enorme beso. Sara llora sin lágrimas,
no moja su cara, pero su corazón, henchido de pesar, solloza en un desconsuelo eterno.
Miércoles, 19 de diciembre. Hospital.
- Empuja Sofía, empuja. Muy bien, ya veo
la cabeza. Empuja, sigue empujando – grita el doctor.
Sofía emite un aullido que deja sordos a
todos los presentes en la sala y después de ellos se hace el silencio. De
golpe, rompe un llanto de esperanza, y la emoción, las lágrimas y las risas se
superponen sobre todo.
Francisco abraza a Sara y ella siente
que necesita unos brazos donde caer desmayada, hundir su envidia y hacer que
resurja su alegría. Sofía abraza por primera vez al bebé que crecía en sus
entrañas y Claudia, su pareja, le besa la frente obnubilada.
- ¿Cómo te encuentras pequeña? – le dice
Sara a su hermana. Se la ve resplandeciente.
- Bien. Gracias por estar aquí conmigo.
¿Cómo estás tú? – le pregunta apartando la mirada del bebé.
- Contenta. Muy contenta. Al fin sois
mamás… y yo tía – dice honesta – Pero necesito un momento. Voy a tomar un poco
el aire, ¿vale?.
- Claro, pero no tardes, que necesito
estar contigo – le dice mientras le pasa el bebé a Claudia. Claudia se come a
besos a la pequeña recién nacida. Francisco sonríe como un bobo, y recuerda
cuando nació Nadia, lo felices que fueron todos ese día.
Sara sale del hospital y rompe a llorar.
Esta muy contenta por Sofía y Claudia, fueron tantos problemas los que se les
echaron encima cuando decidieron quedarse embarazadas. Primero, descubrieron
que Claudia no podía tener hijos, ello casi llevo a la ruptura de una feliz
relación de casi quince años. Sofía, que nunca había querido parir, pues tenía
pánico a morir en el parto como le pasó a su madre (Josefina, la madre de Sara
y Sofía murió dando a luz a Sofía) se vio entre Escila y Caribdis. Finalmente,
tras meses de lágrimas y peleas, decidieron que ella tendría al bebé. La opción
de la adopción fue de las primeras, pero las trabas burocráticas y legales
fueron tantas que terminaron por eliminar esa opción. Así que finalmente han
tenido a una nena, una pequeña niña de 2 kilos y 50 centímetros. Una bebé
rosada, calvita y de ojos claros. Una bebé hermosa, a la cual llamarán Úrsula,
por la bisabuela de Claudia.
- ¿Cómo se encuentra mi hermana? – le
dice Sofía a Francisco. Claudia mira como las enfermeras asean a la nena, no
levanta la mirada ni una sola vez de esa recién nacida tan llorica.
- Bien. Ya sabes como se pone en estas
fechas. Ya solo faltan un par de días para que hagan tres años de la muerte de
Nadia. No se… está bien – dice Francisco suspirando.
- Supongo que la incorporación a la
escuela le habrá venido bien, ¿verdad?. Ver tantas niñas y niños jugando y
aprendiendo, gracias a ella, le debe de estar llenando de energía, ¿no crees? –
le dice Sofía.
- Sí.
- ¿Y tú como estás Francisco? – le
pregunta Claudia, ya con la nena entre los brazos.
- Estoy bien chicas, estoy bien. Pero
las cosas son complejas para los dos, y a veces siento que tengo que tener el
doble de fuerzas, o el triple, por ella. Y no puedo, no puedo llevarlo todo. Es
demasiada responsabilidad. Controlarle las medicaciones, apartar todos los
objetos con los que se pueda hacer daño, llevarla al terapeuta, a la
psiquiatra. Mantener la habitación de Nadia intacta, como el último día que
estuvo allí. A mi se me derrumba la casa encima también. Y yo se que Sara no
puede apoyarme a mí, pues ella aún no está bien… no sé. A veces pienso en huir y
dejarlo todo, pero amo a tu hermana, y no puedo hacerle esto – Francisco rompe
a llorar. Hunde la cabeza en su pecho y solloza descompuesto – Perdonar chicas,
hoy es vuestro día, lo siento.
- ¿Quieres coger a la niña? – le
pregunta Sofía impaciente.
- Claro. Será un placer – sonríe.
Intenta relajarse.
Claudia se la pasa con delicadeza y
Francisco la abraza con ternura. Es tan pequeña, tan ligera. Tiene unas manos
enanas, suaves. Está tan cálida. Francisco, emocionado, le besa la cabeza
calva, y la huele con mucho mimo.
- Hola Sara – le saluda Claudia al ver
entrar a Sara a la habitación. Sara mira a su marido, mira como sostiene a esa
bebé que no es suya.
- Hola – responde. Claudia se le acerca
y le pasa la mano por detrás de los hombros, abrazándola. Sara inclina la
cabeza y la deja sobre el hombro de Claudia.
Viernes, 21 de diciembre, solsticio de
invierno.
Corre. Sara corre sin parar. En sus
brazos, ahoga el llanto de Úrsula. No sabe por que lo ha hecho, pero se la ha
llevado sin pensar más. El móvil no deja de sonar, primero Sofía, luego
Claudia, Francisco… todas la llaman y Sara no quiere escucharlas más. Quiere a
Úrsula, la quiere para ella. Quiere que Úrsula sea Nadia. Quiere que Nadia
vuelva ya, cerrar los ojos y ver a Nadia de nuevo.
- ¿Habéis llamado a la policía? – grita
Francisco sosteniendo las medicinas de Sara. Lleva un par de días sin
tomarlas, y Francisco no se había dado cuenta, ella le había engañado,
haciéndole creer que se las tomaba, pero no era así.
- Sí, hace dos horas. Pero aún no saben
de ella. ¡Oh Dios mío! – solloza Sofía.
- Tranquilas. No puede estar muy lejos.
La policía la encontrará. No os preocupéis – dice Claudia, andando de un lado a
otro, en la sala de estar.
- ¿Pero por qué no coge el teléfono? –
aúlla Sofía – Soy su herma… por Dios… ¿por qué me hace esto?, ¿por qué se ha
llevado a mi bebé?, ¿por qué?. Mi nena… mi hija… Es mi culpa, no la debería de
haber dejado a solas con la niña - rompe a llorar.
- Cariño, no es tú culpa – le dice
Claudia secándole las lágrimas - ¿cómo ibas a imaginar esto?. Tú no tienes la
culpa de nada y no va a pasar nada. Tú hermana volverá a casa, con Úrsula,
arrepentida de habérsela llevado sin decir nada. Pero ya esta… no pasa nada, no
pasa nada.
- Yo voy a salir a buscarla, que creo
que se donde puede estra. Si sabéis algo de ella, llamadme por favor – dice
Francisco saliendo de la casa.
Nieva. Las calles están cubiertas de
espesa nieve blanca. Sara, pasea con una niña helada. La lleva al cementerio,
donde le presenta a Nadia. Pasan las horas y el frío atiza a la ciudad. Sara
sonríe, más que en años. Allí de pie, con Úrsula en sus brazos, siente como es
Nadia a la que mece, a la que canta, a la que besa con ternura.
- Sara – grita Francisco. Ella no
responde, abraza con más fuerza a la niña que sostiene en sus brazos – Cariño,
¿por qué has hecho esto? – le pregunta mientras se le acerca poco a poco, hasta
situarse tras su espalda.
- No lo sé… lo siento – dice llorando.
Francisco la abraza por detrás e intenta arrebatarle a la niña de las manos - ¡No!
– grita. Úrsula rompe a llorar – no me la quites, no me quietes a mi niña, no
me las quites, ¡no!, no me la quites, no, no, no, no, no me la quites, no, por
favor, noooooooo – lloran los tres. Lágrimas saladas y frías.
- Esta bien. Volvamos a casa, ¿vale?.
Tenemos que volver con tu hermana. Hace mucho frío y Úrsula no debe de estar aquí con estás temperaturas.
- Yo no quiero volver aún. Quiero estar
con Nadia – dice mirando la tumba de su hija.
- Vale cariño, pues dame a Úrsula y deja
que se la lleve a tu hermana. Está muy preocupada – le dice. Poco a poco
intenta coger a la bebé. Las manos rígidas de Sara, aprietan la carne fría de
Úrsula. No quiere soltarla, no quiere marcharse. Quiere estar con Nadia y
Úrsula. Siente, en la bebé de sus manos, la candidez de su hija, y quiere
sentirlo siempre.
Empuja a su marido, el cual cae al
suelo golpeándose la cabeza con la tumba de su hija y quedando inconsciente.
Sara sale corriendo. Huye de nuevo. Sale del cementerio y se dirige a la
carretera. Ve que Francisco ya va detrás de ellas, suplicándole que pare,
rogándole que se detenga, entre lágrimas de rabia y pena. Sara no cesa de
correr, cruza la autovía mirando hacía atrás, donde los raudos coches intentan
frenar, le pitan, la insultan, hasta que uno no lo consigue, un viejo camión
que no lleva puestas la cadenas. Le arrebata la vida al instante, a ella y a la
pequeña Úrsula, tan pequeña que no tuvo tiempo ni de poder cantarle al sol.
Que historia más triste, mas ahora que estamos en navidad. Además has matado a mi hija, a mi sobrina y a mi, la masacre navideña jajajaja
ResponderEliminarAun así me ha gustado, has descrito muy bien las emociones de los personajes y tus descripciones tambien son sencillas y faciles de imaginar :)
He encontrado un par de fallos, en los que te has liado con los nombres,a ver si los ves.
Buen trabajo
^3^
ay che pero qué pena!!
ResponderEliminar:( dramón dramón como los que te gustan, muerte everywhere jejejej un relato sentillo pero muy emotivo!
a ver si me animo yo también a escribir!
Escribes muy bien paisana, un placer.
ResponderEliminarque el nuevo año te llene de paz y felicidad,
y se cumplan tus deseos.
¡¡Feliz año 2013!!
un abrazo.
Hola!
ResponderEliminarMenudo relato has escrito, muy bien descrito y muy bien relatado, tanto que consigues que nos metamos en el pellejo de los personajes, muy bien hecho pero muy triste.
¿En qué te inspiraste para hacer de un título tan alegre como "la canción del sol" en algo tan emotivo y triste?
A mi tambien me gustaria saberlo ^^
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