California Dreaming: ¿Me has traído los cacahuetes Alfred?


Como odio las navidades. Odio el bullicio de la gente consumiendo, el papear y el beber como locas focas, las prisas y caminares ansiosos, el querer demostrar en unas noches lo que no se es en un año entero, la falsa felicidad y las familias desestructuradas pegadas con superglue (de tantas fisuras que tienen: marido infiel/ alcohólico/ ladrón/ trabajador/ santurrón, etc., mujer infiel/ alcohólica/ ladrona/ trabajadora/ santurrona, etc., etc., etc. ¿Hijos?, ¿qué se va a esperar de ellos?: o hijos totalmente contrarios a sus padres (pero con sus cabezas un poco/ o asquerosamente muy jodidas) o la viva imagen de mamá y papá, la crème de la crème) unidas en la mesa, poniendo sus mejores caras aunque se detesten, dándose abrazos y besos, ¿pero porqué no?. ¡Es navidad!. Hay que aparentar. Odio las iglesias a rebosar de paz adinerada, la mezquindad de la gente, los adornos horrorosos y luminosos de la absurda navidad... y lo que más odio de todo esto, es que me toca pasar sola estas fechas puñeteras, donde apetece un poco de calor humano, aunque sea falso.

Necesito un piti y un café. Me noto descentrada. Voy a la cafetería de Rose y me meto un café americano en el cuerpo, después cojo el bus en dirección hacía el puerto. Toca visita maternal. En el bus hay un tipo que se pasa medio viaje mirándome las piernas. Su mujer se hace la loca para no pegarle la bronca y le habla de vez en cuando para distraerlo, pero él no cesa con su ataque intimidatorio hacía mi persona, ¿pero que cojones se le ha perdido a ese cretino en ellas?. Cuando llega mi parada me levanto de golpe, toco la campanilla dichosa y le espeto en la cara al muy verde “Cielo, recuerda que me debes cincuenta pavos del último polvete que tuvimos en tú coche y un extra de quince por hacerlo sin condón. Así que ve haciendo cuentas para la próxima semana. Además, como estamos en navidad te daré un pequeño, húmedo y prieto agujero, digo, obsequio. Ya sabes donde encontrarme”. El menda pone cara de infarto con una descarga de sangre, en cantidad, a su bulto flácido (después de su media hora de babas) y su esposa le arrea con el bolso en toda la jeta (parece que le ha jodido la nariz). Yo, antes de salir, le suelto un “Fiera” decorando mis palabras, como una guinda roja en un pastel. 

Camino un par de manzanas hasta una tienda de frutos secos, donde le compro a mi vieja un par de cajas de cacahuetes con chocolate y otros salados. De ahí voy a la residencia donde esta ella. Ya en la puerta, con los nervios a flor de piel (pues detesto ese centro, que me recuerda más a una cárcel que a lo que es) me fumo otro cigarro rápido. Noto el humo denso y la nicotina adhiriéndose en mis pulmones. Un sabor a alquitrán se pega en mi lengua. Rebusco en los bolsillos de mi cazadora y cojo un caramelo de miel-limón pasado. Una vez dentro, soy más consciente de en que mierda esta metida la pobre. El centro esta decorado espantosamente. Arbolitos y estrellas de colores por donde alcanza la vista. Huele a una mezcla de galletas rancias y orines frescos. 

- Buenos días Clarisa - le digo a la rechoncha y humilde oficinista de este miserable gueto.

- Hola Adara. ¡Feliz Navidad!. ¿Cómo estás? - me pregunta con una sonrisa hermosa y acto seguido me ofrece una galletita (de esas rancias) con forma de muñeco de nieve - Las han echo las chicas. Son adorables, ¿verdad?. ¿Que hiciste en navidad?, ¿como te va en el trabajo?, ¿te has teñido el pelo? (etc., etc., etc.).

- Estoy bien. Si, son preciosas (miento). Comer y beber, como todos. Bien, como siempre. No. - respondo a la sarta de preguntas de la boca suelta esta y le pregunto de una vez por todas cortando ya el rollo este - ¿Mi madre esta en su habitación?.

- Claro, acaba de salir de su clase de entrenamiento sensorial. Esta mejorando mucho. 

- Bien, pues me voy para allá - le digo dándole la espalda.

- Espera Adara - dice con un grito - te olvidas la galleta - sale del mostrador y me la da. Tiene unas manos enormes.

- ¡Oh! Gracias – finjo interés de nuevo.

- ¡Feliz año guapa! - me dice abrazándome. No hay visita que no tenga a esta menda pechugona en plan lapa, alrededor de mi cuerpo. ¡Buf!.

- Si, si, gracias - le digo despegándome de su abrazo pringoso - Me voy para allá que voy con el tiempo justo Clarisa.

Aún se queda diciéndome alguna cosa más, pero no la escucho. Al girar la esquina tiro la galleta en la basura, espachurrándola antes primero. El “adorable” muñeco se convierte en una masa de migas secas.

Toco la puerta y espero a que me deje entrar. La última vez que entre sin avisarle, me atizo con la lámpara de la mesa, partiéndome una ceja (trece puntos tuvieron que ponerme para cerrar esa enorme brecha, la cual me dejo inconsciente durante más de veinte minutos). 

- Adelante - escucho la voz queda de mi madre. Paso silenciosamente. La habitación huele a recién pintado. Han abandonado el clásico celeste cielo por un ocre, con algunos matices salmón. Me siento como si estuviera en un cóctel de gambas. Unas rosas decoran la entrada. Están un tanto pachuchas, pero aún se ven bonitas. Mi madre esta tumbada sobre la cama. Lleva puesto una bata verde.
- Hola mamá - le digo con la voz lo más relajada posible - ¿Cómo estás? - paso sin quitarme la chaqueta, no quiero quedarme mucho tiempo.
- ¡Oh Alfred!, pensaba que no volvería a verte. ¿Por que me llamas mamá? - me dice perpleja. 
Mi madre se llama Esperanza Blanca, y tiene 65 años, me tuvo a los 47 y pico, mero accidente con el lechero, ese es su querido Alfred, mi padre, al que yo solo he visto en fotos. Esta en este centro de recuperación de memoria por que padece alzheimer desde los 58, además de ciertos desequilibrios mentales. Todo vino de sorpresa, pero poco a poco sus recuerdos se le fueron olvidando, como un calcetín roñoso, abandonado bajo la cama durante meses. Primero comenzó olvidando pequeñas cosas, cosas sin importancia, pero luego comenzó a olvidarse de comer, perdiendo casi ocho kilos por ello, olvidaba ir al baño cuando lo necesitaba (así que comenzó a llevar pañales), etc. Ella lo oculto todo lo que pudo, pues era consciente de que algo no le iba bien en su viejecilla cabeza. El caos se dio cuando un día se desnudo en el banco donde trabajaba, pensando que salía de la ducha y se iba a poner crema por todo el cuerpo, obviamente, la despidieron a la mínima señal de teta fuera de la camisa. Ella misma se interno en este centro, pero no ha hecho más que empeorar desde que esta aquí metida.
- Mamá, soy Adara. Soy tú hija - le digo conteniendo el llanto ahogado que noto hundiendo mis pulmones.
- Deja de decir tonterías y bésame bobo - dice mientras se levanta de la cama lentamente. Me acerco a ella y la tumbo. Le miro a los ojos, suplicándome que me reconozca de una vez por todas.
- Hija - un rayo de esperanza atisba en mi corazón - ¿Qué haces aquí? - La abrazo y hundo mi cabeza en su pelo blanquecino. Huele a cerezas.
- ¿Cómo estás mamá?. ¿Cómo va todo?.
- ¿Cómo va ir hija? - me pregunta sonriéndome - Pues bien. Cada día mejor - miente, siempre me miente.
- Me alegro mucho mamá. Te veo muy guapa - le digo. Estamos un rato cotorreando de temas sin importancia, nunca ahondamos en el verdadero problema. 
- Bueno mamá, me tengo que marchar. ¡Felices fiestas! - le digo dándole un beso en la mejilla. Ella me gira la cara y me pega un buen morreo.
- Venga Alfred, deja ya la broma de llamarme mamá, ya sabes que esas cosas a mí no me van - me dice acariciándome la cara y con sus ojos fijos sobre mis labios.
- Vale. Lo siento. Me marcho ya.
- Por cierto, ¿me has traído los cacahuetes Alfred?‏ - me dice sonriendo como una niña pequeña.
- Si, cierto. Se me olvidaban - saco del bolso las cajas de cacahuetes y se los doy. Abre la salada y se come un puñado. Me ofrece a mí y cojo unos cuantos. Me despido dándole un abrazo y frenándola cuando intenta besarme de nuevo y me marcho, más rota que rota. Siempre que vengo a visitarla es lo mismo. 
En la puerta, y llorando como hace mucho que no hacía, llamo a Claus. Necesito unas birras, marcha en una buena dosis y a un payaso que me saque alguna sonrisa, y ese es Claus, sin duda. Ha sido un día tremendamente espantoso. 
Quedamos a las 20h. Yo estoy hambrienta, así que me pilló un kebab extra salsa picante. Nos sentamos en un banquito y este empieza a contarme sus navidades familiares y demás cosas. Yo engullo sin escucharle y en un plis me papeo el delicioso kebab, eso sí, asiento como ninguna, y él, aunque sabe que no le estoy prestando atención, me suelta toda la mierda, pues no puede tener el pico cerrado por mucho tiempo. De ahí nos vamos a un antro barato de birras y nos pedimos unos cuantos tercios cada uno. Empezamos a beberciar y a dejar que el alcohol fluya, tranquilo, pero puñetero. Claus se pone pesado de nuevo. Esta más pegajoso que la absurda Clarise. Intenta meterme un poco de mano, pero falla, por que le cruzo la cara cada vez que sus largos dedos se acercan a mí. Este sigue con la coña, pero a mi no me hace ni pizca de gracia. Al final dejaré de ir con este mentecato capullo y cabrón. Y sigue con lo mismo. Ahora me besa, atufándome con su aliento a ajo (él cabrón se ha zampado unas bravas con las cervezas, sabiendo el asquillo que me da a mi el ajo). 
- Tío, para el carro - le digo empujándole y mirándole con cara de asco.
- Venga Adara. Vamos a darle caña al body. Venga nena - me dice rodeándome con sus brazos.
- Paso de ti tío, de tú cara y de tus gilipolleces – le digo levantándome malhumorada y dejándolo tirado.
 Acabo sola en la calle, dando un garbeo sin ninguna dirección. Se me hacen las tantas y no quiero volver a casa. Quiero algo de realidad en esta noche penosa. Llamaría a Antuan, pero no querrá quedar conmigo. Además, no quiero dar lástima a nadie y estar charlando de nada en concreto. Solo quiero tener a alguien cerca que no intente meterme la lengua cada dos por tres en mi boca.
Camino, camino y camino. Llevo un asqueamiento brutal encima. Entonces veo un local nuevo, California Dreaming se llama. Me gusta el cartel de la rubia que tienen, muy cincuentero. Decidido, me tomaré un gin y bailotearé hasta que me sangren los pies y me parta las caderas. Así quizás la noche mejora.

Comentarios

  1. Bueno ha pasado mucho tiempo no??
    A ver que te digo, no podias hacer a la pobre chica mas desgraciada?? Hay algo en su vida que no vaya a ser deprimente o asqueroso?? Porque da mucha lastima y menuda vision mas mala sobre la navidad,es un poco triste la verdad.
    Y ve que por fin ha aparecido el titulo de la saga dentro de la historia, a ver que es lo que le va a pasar esta vez dentro de california dreaming.
    Bueno eso es todo, a ver si le das alguna alegria a Adara.
    Buen trabajo y hasta la proxima.

    Vuelvo a ser la primera juajuajua

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  2. Hola!
    Veo que has sacado tiempo para escribir algo nuevo por fin, aunque si te digo la verdad he tenido que releerme por encima un poco las anteriores historias de Adara porque casi no me acordaba de quien era.

    Qué penita me da la madre aunque en verdad siempre que paso por una residencia se me encoge el alma pensando lo tristes, abandonados y solos que están los pobres abuelos enclaustrados en esos centros para no ser una carga a sus familias de las cuales, algunas se mantienen unidos a los ancianos hacienndoles alguna que otra visita con frecuencia mientras que otras en cambio, se olvidan completamente de que tienen algún familiar esperando que alguien se acuerde de él... espero no acabar ahí.

    Me ha gustado mucho, estoy con tu amiga Sara, con lo desgraciada que has hecho a la pobre Adara, esperemos que al descubrir ese pub le cambie la suerte a mejor.
    Espero poder leer algo nuvo pronto, y verte a tí también. Un besito.

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  3. Hola, ya he leído! Me encanta la visión de la navidad, muy verídica, así es, para muchas familias (no es el caso de la mía, que es estructural a más no poder).
    Adara es una tía muy interesante, muy rico, pero la vida real no acaba siempre bonita ni lo es, supongo que algún momento positivo tendrá.
    Veo que has incluído California Dreaming en la historia, jaja qué pena que en la tuya sea un pub de la ciudad y en la mía una discoteca a las afueras xDDDDDDDDDDDD Muas

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