Sin control

- ¿No te pasa, que cuando eres infeliz, odias a todo el mundo que es feliz? – le pregunta Matie a Elena, mientras le da un sorbo al espumoso capuchino, que acaba de traer la nueva camarera del café, al que van todos los viernes.

- Siempre – afirma Elena con severidad, mientras corta en cuatro porciones exactas su bollo de crema pastelera. Con el cuchillo elimina la crema que se ha salido al cortarlo, y la aparta del plato, dejándola en un par de servilletas.

- Es como si quisieran regodearse de su buen estado de ánimo, sin importarles a penas, que tú puedas estar hecho trizas. ¿Verdad? – dice mientras le mira con ojos pesarosos.

- Incluso parece que quieran contagiarte su felicidad continuamente, compartiendo contigo, esas historias que no vienen al cuento, y te importan una verdadera mierda – dice indignada Elena, mientras estira su cabello, con su incomprensible tic nervioso – Como el otro día Sonia, que me contó en el trabajo el magnifico viaje que había tenido en Estambul, este verano. ¿Pero tú crees que le pregunte a caso algo?. Pues no. Ella vino, con esa sonrisa, que le arrancaría a hostias, y me lo contó todo, con pelos y señales. Desde a cuantos tíos se tiro, cuantos souvenirs compró, hasta la terrible indigestión que tuvo al tomar un doner en mal estado. Me dijo que se paso dos días enteros en la cama por que no podía ni caminar. ¡Es una exagerada! – saca del bolso el paquete de Fortuna y enciende dos cigarros. Le pasa el primero a Matie, después de haberle dado dos largas caladas. Es su ritual especial.

- ¿Te trajo algo de Estambul? – pregunta Matie curioso.

- Sí, un llaverito muy mono – saca las llaves del bolso y se lo enseña – Me gusta por la linternita que tiene – dice con media sonrisa – Mira, se enciende de este botón – señala un pequeño botón rojo y lo pulsa con delicadeza.

- ¿Pero tú crees que este tipo de gente habrá tenido alguna vez un mal día? – pregunta dubitativo. Sorbe el último trago del capuchino y se limpia con la manga de la camiseta verde, la espuma reseca, que se le ha quedado pegada al labio. Elena fuma y mira pensativa a la calle - Puff… Elena… estoy harto de esta ciudad, de la gente en general y de mismo, en particular. Quiero un cambio en el rumbo de mi vida. Un giro descomunal, como un espiral que acabe con una increíble pirueta. ¿Me entiendes? – dice mientras le acaricia la mano.

- Sí Matie, soy la única que te entiende… y no se si eso es muy bueno – dice mientras se aproxima a él y le da un suave beso – Me encanta cuando sabes a café. Te da un aire intelectual.

Se levantan, van a la barra, pagan el capuchino y el bollo, de crema pastelera, de Elena y salen de la cafetería, cogidos de la mano, caminando lentamente por la angustiosa calle central, de la ciudad enferma. La pareja camina en silencio, sobran las palabras entre ellos.

Al día siguiente, Matie acompañó a Elena al aeropuerto del Prat. Elena tenía que marcharse durante dos meses por asuntos de trabajo. Fue una despedida rápida, ambos las odian. Matie decidió encerrarse en casa durante esos dos meses, pues cuanto menor contacto tuviera con la gente, mejor estaría, eso pensaba él, además no le dificultaría nada esa situación en su trabajo, pues Matie es traductor (traduce textos en francés, inglés y castellano y los traduce al catalán). Matie se escondió en la penumbra de sus cuatro paredes del comedor, alumbrado, solamente, por la pantalla de su viejo ordenador.

Matie es un hombre peculiar, diferente, pero no fue eso lo primero de lo que se enamoró Elena, lo primero, fueron sus orejas roídas. Parecía que alguien hubiera estado mordisqueándoselas. Rojas, pequeñas, delgadas y devoradas. Lo segundo fue su rostro. Siempre tenía cara de embobado, como si no estuviera donde tenía que estar. Matie es un hombre capaz de ver la lluvia, pero no escucharla. Eso le había encantado a Elena de él, ese estado en el que se perdía durante horas, callado, pensativo. Le deslumbró su rostro pasmado y le enamoraron esas orejas singulares. Elena es una mujer mucho más cabal e inteligente. Tiene un defecto en el iris, una pequeña manchita negra, que decora sus verdosos ojos.

Una noche, las risas agudas en la calle, no dejan dormir a Matie. Escuchaba la música y las carcajadas de un gran grupo de amigos pasándole en grande. Ese es el tipo de gente que él detesta, esa gente que restriega su dulce felicidad y ni si quiera le dejan dormir. Se levantó de la cama malhumorado, se puso una bata de Elena y se dirigió a la cocina. Llenó un cubo de agua y le puso un buen chorro de lejía. Abrió la ventana de su habitación de par en par y les gritó "Eh, vosotros, vividores de la vida, recibir con gusto el néctar de Dios". Les tiró todo el contenido del cubo y rió, malvadamente, como un villano de película. Toda su furia atada a su cuerpo durante tanto tiempo estalló, como una bomba de relojería. El grupo de amigos, coléricos, subieron hasta su casa y comenzaron a aporrear su puerta. A Matie, primero le sorprendió una reacción de pánico. De repente tuvo miedo de lo que le podría pasar si esos amigos, que tanto se divertían antes, y ahora desgañitaban en su puerta, en busca de sangre con la que manchar sus puños, consiguieran entrar en su apartamento, luego pensó que no lograrían entrar, pues eran simples mentes alcoholizadas, así que comenzó a reírse y burlarse de ellos, a salvo, detrás de su puerta blindada. Los amigos terminaron por cansarse y se fueron, maldiciendo a ese viejo loco. Matie se sintió tan vivo con eso. Ese suceso encendió una llama en su interior, un fuego abrasador, el cuál notaba quemando su piel e hirviendo su sangre. Esa noche Matie durmió a pierna suelta, como un inocente bebe.

Al día siguiente, después de largas semanas sin salir de su casa, decidió pasear toda la mañana. Lleno de energía, recorrió las Ramblas, como unas mil veces, sonriendo, asombrado del bello día que hacía. Decidió comprarse de todo en la Boquería para prepararse una comida por todo lo alto.

Mientras comía, Matie pensó en lo que había pasado la noche anterior y lo vivo que se había sentido. Se planteó que quizás el cambio que necesitaba, urgente, era una especie de pequeñas venganzas, que lo hicieran sentirse vivo. Mientras tuviera control sobre sus actos, no iba a pasar nada, tampoco iba a matar a nadie, solo quería divertirse, pero a su manera.

Matie comenzó a molestar a la gente, primero, con pequeños actos, intimidando con la mirada o haciendo gestos indecorosos, luego quería hacer algo más, algo que le hiciera hervir la sangre de nuevo. Empezó a gritar en la calle, robar en tiendas, lanzar cosas desde su ventana e insultar a cada cuál que le mirara. Un día empujó a una mujer, que esperaba para cruzar el paso de cebra, hacía los coches. Un hombre que estaba cerca, la cogió antes de que una moto la atropellara. La mujer, del pánico que había sentido, se orinó encima. Matie se marchó antes de que le pudieran decir nada.

La situación comenzaba a escaparse de sus manos, como el aceite escurridizo en el agua. Pero no podía, ni quería, dejar de sentir ese chute de adrenalina.

Todas las noches hablaba con Elena por el skype. Ningún día le quiso decir nada de lo que le estaba pasando. Se sentía que la traicionaba, pues lo compartía todo con ella, y quería que viera, con sus propios ojos, el escarmiento que se estaba llevando toda la gente feliz que vivía en Barcelona.

Se desveló una noche, en la que soñaba con Elena, y en el sueño ella le apoyaba en todo lo que hacía y le animaba a ir más allá en sus acciones. Matie se dio una ducha, para despejarse, y se vistió. Eran las tres de la mañana. Camino por las amargas calles de fiesta, que a él tanto le disgustaban, y se escondió tras unos contenedores, al verse rodeado de tantísima gente pasándolo bien. Escuchaba las risas y despedidas de la gente que salía de la discoteca. Entonces la ve a ella, una chica de unos diecisiete años fumando, camina cojeando, los tacones han podido con ella. Matie se asusta, y no sabe muy bien que hace allí, ni que es lo que va a hacer. Se acerca lentamente a ella y le dice: "Hola... ¿tienes fuego?". La chica busca en su diminuto bolso y este le golpea en la cabeza, dejándola inconsciente y se la lleva a rastras hasta su coche. Conduce con miedo, temblando de que la policía pudiera verle. Pero que le irían a decir, ¿quién es la chica de atrás?. Podría ser su hermana, que está molida de cansancio, por tanta fiesta y diversión.

La sube hasta casa y la sienta en una silla. No sabe que hacer, está hecho un lío. No le gusta en el mal rollo que se ha metido. La ata a la silla y se dirige a la cocina. Se toma 1/3 de un trago. ¿Que hacer con ella?. No lo sabe. ¿Podría dejarle en la calle hasta que recuperara la conciencia?, no, pues podrían atacarle, robarle, violarla, incluso, ¡matarla!. Idea descartada, piensa Matie. ¿Y si esperara hasta que estuviera bien y se inventara una excusa?, no, se le da mal mentir, se pone nervioso y la voz se le pone aguda y patética. Jamás le creería ella. Matie está hecho un mar de dudas. Solo le divirtió atraparla, fue tan fácil y sencillo, como atrapar a un ratón con un queso.

Matie se tumba en la cama y decide, que al día siguiente solucionará todo como sea. Se queda dormido, retorciéndose en la cama, por su mala conciencia, y los gritos encarcelados, por la mordaza, de la joven en la silla.

Elena llega temprano a casa. No aviso a Matie de que llegaba ese día. Entra silenciosa, deja las maletas en la entrada, se quita los zapatos, y descalza, con pisadas de pluma, se dirige al comedor. Elena grita, al ver a una niña atada en su comedor. La chica está llorando. Elena le quita la mordaza y le pregunta "¿Que ha pasado?, ¿quien eres tú?, ¿esto es algún tipo de juego perverso de Matie?". Elena está enfadadísima. No puede creer lo que está pasando. Matie se despierta al oir los gritos de Elena. Entra al comedor y saluda con la cabeza gacha a las dos chicas, con un "Buenos días" en voz baja. Elena desata a la chica y le deja marcharse. Este, en un susurro, dice perdón, y escucha como cierra la puerta de un fuerte portazo, y sus pisadas, corriendo, bajando las escaleras.

- Matie, ¿en que estabas pensando, amor mío? - dice Elena enojada.

- Elena... no le hice nada. Por si eso crees. Solamente la ate, mientras estaba inconsciente y me fui a dormir - dice con voz queda Matie.

Elena cogió de la mano a Matie y se lo llevo al dormitorio. Se tumbaron en la cama y él le contó todo. Lo vivo que se había sentido todo ese mes comportándose de esa forma. Elena lo comprendió todo, como Matie había esperado. Se quedaron dormidos en la cama hasta las doce de la mañana, cuando escucharon como llamaban a la puerta.

Matie se puso una camiseta y abrió. Era la policía.

- ¿Es usted el señor Matie Benoit? - dice uno de los agentes.

- Sí - afirma angustiado Matie.

- Queda detenido.

Comentarios

  1. jejeje te gusta acer personajes pirados eh??
    en la anterior tambien
    pero menudo tio mas desagradable porfavor ¬¬
    hacer pagar a los demas porq el lleva una vida de mierda, eso es tan injusto
    pero a pesar de lo que ace parece tan infantil ~~
    bueno y en esta historia no ha habido ni sexo ni muerte estoy sorprendida jejeje
    bueno demomento eso es todo
    asta la proxima

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  2. Hola,
    me ha encantado, como siempre, tu nueva historia. Siento lástima por Matie porque no está contento con su vida, algo que ocurre con frecuencia. De nuevo te digo que lo has narrado de forma que el lector se pueda introducir dentro de la historia y lo viva en primera persona. Te felicito, siempre me cautivan tus historias.

    Hasta la próxima!

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  3. Gracias por tu comentario porque enriquece más mi post. La verdad es que tienes razón en cuanto a lo de la importancia de la educación y en cuanto a que a veces sin quererlo inducimos al machismo, pero creo que actualmente se esfuerzan por educar a los niños por la igualdad de género dirigido principlamente a impedir que crezcan futuros maltratadores, olvidando que un simple "los niños no lloran, los niños solo juegan a los coches y las niñas a las barbis" puede inducirlos al machismo a largo plazo.
    Supongo que hasta que no arranquemos todas esas malas hiervas de nuestra sociedad, entre hombres y mujeres nunca habrá paz.

    Por último, gracias por informarme sobre la manifestación, ¿Tú vas a ir?

    Hasta la próxima, y suerte en las clases, no te aburras mucho :D. Besos.

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  4. Elena fuma y mira pensativa a la calle - Puff… Elena… estoy harto de esta ciudad, de la gente en general y de *mi* mismo, en particular.

    Conduce con miedo, *temiendo que* la policía pudiera verle.

    He visto una más pero ya no me acuerdo donde jeje que es muy largo.

    Perfecto retrato de los encharcamientos de algunas mentes.

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