La cruz en medío del desierto

El verano en Arizona es insoportable. Un calor extremo azota las calles y el aire, seco y caliente, ahoga a sus gentes.

Es domingo, y como tal, Steve prepara todo lo necesario para la misa. Primero, se asegura de que hay suficiente vino y hostías para dar la comunión y enciende todas las velas del pulpito. La luz entra filtrada, llena de colores, por las cristaleras de la iglesia. La sala se mantiene fresca, gracias a los altos pilares de mármol rosado. Se viste, con la ayuda de varios monaguillos, y reza un par de oraciones antes de salir. Los primeros feligreses entran en la pequeña y, única, iglesia del pueblo. Se santiguan, en fila, bajo la mirada del Cristo en la cruz.

Un hombre, con camisa a cuadros, roja y amarilla, y tejanos azules ajustados, entra, silenciosamente, en la iglesia. Sostiene una bolsa de deporte negra, con fuerza, con sus grandes manos. Lleva gafas de sol, con montura metálica verde arenoso. Los cristales son opacos, y nadie puede ver sus ojos. Nadie lo conoce, todos piensan que debe de ser un turista perdido, que quiere descubrir los secretos de esa cálida ciudad y a sus bondadosos habitantes. El hombre se sienta al final de la iglesia y reza junto a los demás feligreses.

Cuando acaba la larga misa, la iglesia se vacía, y el hombre de la camisa a cuadros y tejanos ajustados, junto con su bolsa de deporte, agarrada como las manos fuertemente, se dirige a hablar con Steve, que está terminando de recoger los objetos usados en la ceremonia, con bastante tranquilidad.

- Buenos días padre – dice el forastero quitándose la gafas de sol y dejando al descubierto unos ojos finos, color aguamarina. Transmiten respeto, serenidad y confianza.

- Buenos días hijo. ¿En que puedo ayudarte? – dice Steve servicialmente.

- Me llamo Bob y soy de Kansas. Estoy aquí por un viaje de negocios, bueno… creo que lo podríamos llamar así. Y… nada… ahora mismo estoy sin efectivo necesario para alquilarme una habitación o alojarme en alguno de vuestros acogedores hostales – traga saliva ruidosamente. Está sudando como un cerdo. Desprende un fuerte olor a ajo de todos los poros de su cuerpo. Resulta bastante nauseabundo el potente olor. Steve guarda la compostura, tapándose los orificios nasales con un pañuelo negro con cierto disimulo – Yo no soy creyente, ni nada de eso, pero me gustaría saber hasta donde alcanza la caridad cristiana, de la cual se habla tanto.

- La caridad cristiana es infinita hermano. Los hijos de Dios no dejaremos ¡jamás! – exclama fuertemente - a un hombre sin un techo, un buen baño y comida – sonríe – aunque este no sea cristiano, la bondad es algo que pertenece al ser humano, y como cualidad propia de todos nosotros, debemos de ofrecerla a cualquier necesitado – dice satisfecho Steve de sus amable palabras – Le dejare dormir aquí, en la iglesia. Le pondré un colchón en la habitación donde guardamos las conservas que se mandan a los países pobres.

Steve acompaño a su invitado a la habitación. Bob se quedo solo unos instantes, y curioseo el cuarto con mucha atención. La pequeña sala estaba llena de imágenes de vírgenes llorando la muerte de Dios, feligreses honrándole y orándole, cuadros de santos y ángeles con mensajes de gloria, y un enorme crucifijo, de madera rojiza, entre los botes de espaguetis y las judías con tomate. Le hacía gracia observar tanto misticismo religioso entre latas y botes de comida.

Steve le facilito un colchón de goma espuma rosa y unas sábanas limpias. Bob dormiría la siesta, para recuperar fuerzas de tan largo viaje. Le despertaría al bajar el sol, para enseñarle los más bellos paisajes de Arizona, cuando la temperatura aún es un poco más soportable.

Mientras dormía el joven extranjero, Steve se coló en el cuarto con mucho cuidado, deslizándose sobre las baldosas, que se movían, con absoluta destreza. Bob dormía plácidamente, en ropa interior, abrazando con todas sus fuerzas la bolsa de deporte. Steve entro santiguándose en el cuarto, por sus actos, poco ortodoxos, y se agacho junto a él.

- Perdóname padre por hacer lo que voy a hacer. Pero no puedo acoger a ningún extraño en tú casa – dijo Steve murmurando, mientras miraba el crucifijo de la pared.

Bajo con delicadeza la cremallera de su bolsa, en busca de la cartera, para buscar algún documento que acreditara la información dada por el joven, horas atrás. En su defecto, encontró la bolsa repleta de dinero, miles de dólares en billetes grandes, y un arma. El padre freno sus gritos, de sorpresa, poniéndose la mano en la boca. Bob se movió sobre el colchón con rudeza, y clavo sus dedos, como garras, sobre la tela de la bolsa. El padre Steve salió rápidamente del cuarto de las conservas y se dedico a rezar durante unas cuantas horas.

Paso la tarde, intentando no juzgar y especular, sobre el turista del pueblo. Meditando las razones por las que podría tener tanto dinero y un arma, y pensando que es lo que haría él sabiendo su secreto, pues era el único que conocía el paradero del forastero.

A eso de las siete de la tarde, el padre Steve se dirigió a la habitación de Bob. Este ya estaba de pie y vestido, junto a su bolsa de deporte, de la cual no se separaba ni un instante y a la cual no le quitaba la vista de encima. Lo llevo al comedor de la iglesia y cenaron patatas fritas, lomo y huevos revueltos.

Al acabar de cenar, el padre lo llevo a pasear por todo el pueblo. Todas las noches Steve daba largas caminatas antes de ir a dormir, despejándose de las tensiones del día y de las largas confesiones de los habitantes de Arizona. Ambos, hablaron largo y tendido. Le llevo a los acantilados de las afueras del pueblo, a esas horas ya no había nadie paseando por la zona. Respiraron unos minutos de paz y tranquilidad. Bob enciendo un cigarrillo y contemplo las hermosas vistas. El padre apoyo su mano sobre su hombro, con compasión, miro al joven con tristeza, este le ofreció su mejor sonrisa, y lo empujo con brutal fuerza, agarrando la bolsa de deporte.

Bob quedo tendido, semiconsciente, en el suelo del acantilado. El golpe había roto ambas piernas y un brazo. Aullidos de dolor salían de las profundidades del acantilado. A la mañana siguiente los pumas habrían devorado su cuerpo y los buitres se habrían comido los restos. El padre Steve se fue, sin mirar atrás, murmurando - El señor me encomendó está difícil tarea y por él yo haría lo que fuera.

Comentarios

  1. 00....mmmm....vaya
    como se nota q no estas muy a favor de la iglesia no?? ¬¬
    no creo yo q un sacerdote iciera esas cosas pero bueno, son tus personajes asiq tampoco esq me aya extrañado demasiado jejejeje
    ay...pobre Bob asaltabancos jejeje
    y olor a ajo?? eso a sido gracioso jejeje
    bueno escritora asta el proximo relato

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  2. Hola de nuevo. Me gustan tus relatos porq innovas en los personajes, lo único es q no entiendo porque el sacerdote mata a Bob simplemente por ver en su mochila dinero y un arma.
    Y por otra parte, se que no es de mi incumbencia leer los demás comentarios, pero no me he podido resistir a comentar algo que ha escrito sara, arriba: "no creo yo q un sacerdote iciera esas cosas pero bueno", en mi opinión los sacerdotes, curas, papas y demás personajes de la iglesia son los peores, ya que se esconden detrás de su fe pero en realidad son capaces de eso y más, como por ejemplo, una vez leí una noticia de un cura que tenía 900 puticlubs donde la mayoría de las prostitutas eran menores de 16 años...

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  3. 00...waa, vaya....pos no tenia ni idea jejejeje
    bueno, supongo q ay gente para todo ¬¬

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  4. Entonces, ¿quieres decir q Steve lo mató para quedarse el dinero, además de pensar q se lo habia pedido Dios? Y claro q tendrás más comentarios mios, aunq tmb me gustaría que me comentaras alguna entrada :P

    Respondiendo a Sara, estoy contigo en q hay gente para todo jeje espero que no te hayas tomado mal mi contestación. Bueno cambiando de tema, tienes blog?

    Un beso.

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  5. Hola de nuevo!
    ¿Te gusta dejar algún aspecto de los personajes en enigma, verdad? Me recuerda a la serie de "perdidos". ¿La has visto? Ya que en esta serie tmb se dejaban varios aspectos sin explicar... según dicen algunos seguidores, lo hacían con la intención de dejar abierta la imaginación de cada espectador.
    Y lo de hacer algún relato, lo veo un poco díficil, aunq si te soy sincera, para escribir alguna de mis entradas si q se me había ocurrido alguna vez, pero para eso hay q tener mañana, como tú, cosa q no tengo jeje.
    Bueno, pues hasta la próxima!

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  6. soy jose enique !! ya lo e leido!!jajajaj
    weno, la verdad esk l final es sorprendente, aun algo t imaginas, pero yo creia k el cura iba a morir.... esta xulo, con tu mara, un abrazo!!

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