- Cuando me dijiste que se te daban mejor los exámenes orales, no me imaginaba lo realmente sincera que estabas siendo conmigo. Creo que mmm... ohhh ohhh... - no puedo terminar la frase, pues me corro en su boca, en un infinito orgasmo, inundando su estrecha garganta. - Gracias - me dice mientras se limpia los restos de semen de sus carnosos labios - Ahora ya tengo matrícula, ¿verdad? - Me dice con ojos tiernos, pero lascivos a la vez. No sabe lo que me pone que me mire con esa cara de inocentona. - Si, pero aun tendremos que aclarar un par de asuntos más. ¿Entiendes, Marlene? - Ella me asiente con la cabeza. Lo que sea por una matricula, ¿verdad zorrilla?. ¿Con cuantos viejos verdes como yo se habrá acostado esta chica?. La levanto del suelo y le bajo las bragas blancas de algodón. Tiene un coño precioso, da ganas de hincarle el diente como un salvaje, hundiéndome en su rebelde bello púbico. Pero me controlo, quiero observarla bien. ¡Woh! que culo que tiene. Se me pone
Habían roto el código, habían conseguido terminar con el ciclo de propaganda capitalista que nublaba los sueños. Tenían que celebrarlo. Sacaron el vino y brindaron por un nuevo comienzo, por una victoria sin precedentes. Habían conseguido un gran avance para la resistencia después de más de 25 años trabajando en secreto para desestabilizar el sistema. Querían zanjar el lavado de cerebro con el que el estado había estado infectando a la población para controlar el consumo, convirtiendo a la gente en zombis que no pensaban, que no paraban de comprar sin importarles nada. Cuando eran pequeñas y pensaban en el futuro, otra imagen del progreso les aparecía en la mente. Coches voladores, robots y máquinas complaciendo las necesidades humanas. Nunca pensaron en que el gobierno usaría la tecnología para el control mental de la población. Lo vendieron como una cura, como una herramienta para acabar con la pobreza —¡cómo nos lo pudimos creer!— para reformar la educación —¡ qué ingenuos
Si sales por esa puerta acabaré contigo – dice cogiéndole de un brazo con rabia y amargura. No te tengo miedo. Estoy harta de tus amenazas – se suelta de su agarre con destreza. Por favor, no me hagas esto – se lanza a sus pies. Rodea su cintura con sus brazos y esconde su cara en su bajo vientre. Suéltame. No quiero estar contigo. No quiero seguir viviendo así. ¡Me haces daño! ¡Para! Es que nunca aprenderás. Eres mía. ¡Tú me quieres! – le grita mirándole a los ojos. ¿Y tú me quieres a mí? – pregunta ella afligida. Pues claro – dice él, como si fuera totalmente evidente. Pues yo ya no te quiero. No puedo quererte más. Venga, siéntate y hablemos – dice mientras se levanta. La empuja hasta el sofá, golpea su maleta con el pie y la mira - ¿A dónde vas a ir? No tienes ningún sitio en esta ciudad. No tienes a nadie. Solo me tienes a mí – sus duras palabras le atizan. Preferiría vivir bajo el puente más cochambroso de Chicago que seguir a tu lado
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