Nuestro camino sin retorno
Fernando se resguarda en un cajero, situado cerca del club de tenis de Valencia. La noche es fría, tan fría que no siente su cuerpo. Dentro del cajero hay una anciana con dos perros. Los perros comienzan a gruñir, nada más pone él, un pie en el cajero. Fernando se echa hacía atrás, golpeándose con la puerta, que queda tras él cerrada, atemorizado. Los perros, agrestes, se encaran contra él, y este tiembla asustado. Parece un flan apunto de desintegrarse. Desde que tiene memoria le dan pánico los perros. Da igual que raza, tamaño o sexo del perro, todos le espantan, tanto, que con cinco años de edad comenzó a ir al psicólogo para tener una terapia “curativa” de este fenómeno (y otros muchos más). - Tranquilo joven, estos dos no hacen nada. Solo defienden su territorio. ¡Calmaos! – grita la anciana a pleno pulmón - Pimienta siéntate y tú, Canela, ven aquí – los dos perros obedecen al instante a la potente voz de su dueña, y se tumban a su lado, calentándola. La anciana sonríe, al ver d...