El viejo relojero

Sentado en la mesa, bajo las luces tenues de las velas, trabaja sin descanso el viejo relojero. Monta y desmonta una y otra vez los mismos relojes desde hace más de veinte años, después les da cuerda a cada uno, y suspira aliviado al ver que ya acabado con su trabajo. Un trabajo rutinario y perfecto. Encima del escritorio, antes, siempre habían preciosas rosas rojas. Eran carnosas y emanaban un olor especial. Ella siempre las tallaba en el momento más álgido de sus vidas, y se las ponía en un amplío jarrón de cristal. Desde que esta solo, encima de la mesa solo hay tuercas, tornillos, cristales y diminutas piezas metálicas. Siempre que estaba con ella, era como si estuviera soñando despierto. Tenía tantos sueños cuando era joven, tantos sueños atormentados y perdidos, tantos sueños que deseaban cumplir juntos. Contempla sus manos frías, llenas de arrugas y heridas. El silencio inunda la sala. Desliza lentamente sus dedos sobre la palma de su mano. Recorriendo los profundos cami...