Una vida tatuada
Mi abuela era una mujer muy reservada para todo lo que había vivido en su vida. Y no fue hasta su muerte hasta que la conocí correctamente. Heredé sus diarios y para mi sorpresa, todos estaban llenos de aventuras, idilios y noches de tinta sobre la piel. Recuerdo la última vez que pasé algo de tiempo con ella. Pelábamos patatas para la cena. Mientras, mi abuelo dormía en el sofá y los perros correteaban por la casa. Mi abuela se mostraba serena en su quehacer y yo pensé, que vida tan aburrida ha tenido mi iaia. Que equivocaba que estaba. A primera vista mi abuela parecía una mujer de lo más corriente, pero la realidad es que no lo era. Según sus diarios, tenía siete tatuajes en su cuerpo y creo que nadie de la familia los vio nunca. Se los maquillaba y cuando hacía el amor con mi abuelo lo hacían con la luz apagada y ella siempre se quedaba semivestida. Tenía tatuada una sirena en el tobillo, una herradura en la nuca, una rosa entre los pechos, un anillo en el dedo anula