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Mostrando entradas de junio, 2011

Su nombre era Adriana

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La conocí en una noche de luna plata y viento suave. La sala estaba completamente vacía, pero aún residía en ella el aroma a puros y perfume dulce. Era casi embriagadora esa mezcla extraña. Me acerque a la barra y pedí lo de siempre Whisky solo Jimmy. Solo como lo sola que estaba yo en esa inmensa sala. Entonces la vi a ella, en la terraza del club. Llevaba un ligero vestido color fresa y unos zapatos, de tacón alto, sandía. Fumaba tranquila un cigarrillo negro, que olía a carbón, y agitaba su copa de vino con cuidado. Después hundió su nariz en ese exquisito tinto, mientras cerraba los ojos, ausente en sus pensamientos. Sus pies se movían al compás del jazz de la sala desierta. Su pelo oscuro, adornado con una corona de flores silvestres, caía sobre sus suaves hombros. Su piel reflejaba una claridad casi etérea, gracias a la hermosa luz de esas estrellas dispersas y olvidadas del cielo profundo. Era una musa: bellísima, perfecta y divina. Salí a la terraza, sentándome tras ella,