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Mostrando entradas de noviembre, 2010

Guantes de seda

- La última vez que estuve con Julieta fue hace dos noche. Esa noche se ha clavado con mil alfileres en mi memoria, recuerdo cada detalle como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Julieta llevaba un vestido ligero, negro, con encajes transparentes en los dobladillos, un delicado chal color vino, esas sandalias que me vuelven tan loco, con alto tacón de madera, y su carmín de siempre, de intenso color sangriento. Llego con la sonrisa tímida, cubriendo sus relucientes dientes, la mirada esquiva, atenta más a las góndolas de las calles, que a mí. Eso me molesto mucho, pues hacía tiempo que no nos veíamos, y yo esperaba que se abalanzara sobre mí, y yo pudiera cubrir su delgado cuerpo con mis brazos, sintiéndola cada vez más cerca, protegiéndola, pues es mi pequeña, y yo, quería amarla como nunca. La lleve al restaurante más caro de Venecia, a Il sogno degli amanti, pues tenía mucho por lo que disculparme con ella. Pedí una botella de Pinot Grigio, pasta con salmón, ensalada de mariscos

Sin control

- ¿No te pasa, que cuando eres infeliz, odias a todo el mundo que es feliz? – le pregunta Matie a Elena, mientras le da un sorbo al espumoso capuchino, que acaba de traer la nueva camarera del café, al que van todos los viernes. - Siempre – afirma Elena con severidad, mientras corta en cuatro porciones exactas su bollo de crema pastelera. Con el cuchillo elimina la crema que se ha salido al cortarlo, y la aparta del plato, dejándola en un par de servilletas. - Es como si quisieran regodearse de su buen estado de ánimo, sin importarles a penas, que tú puedas estar hecho trizas. ¿Verdad? – dice mientras le mira con ojos pesarosos. - Incluso parece que quieran contagiarte su felicidad continuamente, compartiendo contigo, esas historias que no vienen al cuento, y te importan una verdadera mierda – dice indignada Elena, mientras estira su cabello, con su incomprensible tic nervioso – Como el otro día Sonia, que me contó en el trabajo el magnifico viaje que había tenido en Estambul, es

Constance

Aún se despierta cada noche Mathias, bañado en un sudor frío y espeso. Recuerda, como hace dieciocho años, en una noche calurosa del 24 de agosto de 1572, se dio muerte a más de tres mil protestantes en París, bajo las ordenes de la gélida mano de la religión católica, que respaldaba su masacre, como una purificación, donde se le arrancó el alma a los hugonotes, para erradicar al demonio que habitaba en sus cuerpos. - Mathias, despierta. Estabas teniendo otro mal sueño – dice Constance con voz fina y ligera – Está semana no has parado de sucumbirte en alarmantes pesadillas. ¿Qué es lo que te ocurre Mathias?, ¿algo te martiriza?– dice preocupada Constance. - ¡Oh madre!, otra vez me atormentaban las visiones de la matanza de San Bartolomé – dice entre sollozos el joven apuesto – Mis ojos podían ver la sombra de la muerte arrasando París, mis oídos los gritos de las almas arrancadas de sus cuerpos, y mis huesos sentir el calor del fuego del mismísimo infierno. - ¡Mathias! – grita en